12/15-Apuntes sobre Immanuel Kant. La Crítica de la razón práctica (por Jan Doxrud)

12/15-Apuntes sobre Immanuel Kant. La Crítica de la razón práctica (por Jan Doxrud)

Ahora cabe preguntarse acerca de cómo se puede pasar del riguroso formalismo kantiano al actuar concreto. Para Kant,  nosotros debíamos mirar nuestras acciones desde la óptica de lo universal y de esa forma entenderemos si nuestras acciones son moralmente buenas o no. Yo soy capaz de reconocer si mi máxima moral es buena o no cuando la elevo a nivel de universalidad. Por ejemplo, puedo tener como máxima “mentir para no herir los sentimientos de las demás personas”. Pero, podemos preguntarnos ¿quiero yo que esa máxima se convierta en una ley universal? ¿Quiero vivir en un mundo donde en ciertas ocasiones mentir sea bueno?

Por lo tanto, a la hora de actuar debemos tener presente que nuestra máxima pueda convertirse en ley universal, a la que nosotros también debemos estar sujetos. Ahora preguntémonos: ¿Es suficiente con que la acción sea realizada de acuerdo a la ley? ¿Basta con que la acción sea solamente legal? Sucede que una acción puede ser efectivamente legal, es decir, de acuerdo a la ley, pero no moral, ya que para que sea moral la voluntad debe estar determinada inmediatamente por la sola ley. Por ejemplo, si ayudo a gente de escasos recursos para proyectar una buena imagen hacia los demás o ayudo solamente porque me dan pena, esta acción sería sólo legal y no moral.

Cuando intervienen estos sentimientos y emociones, lo que hacen es contaminar la acción moral. Dentro de los sentimientos que Kant acepta en su ética está el respeto, que es suscitado por la misma ley moral.  En el ser humano se genera un sentimiento de respeto ante la ley moral que se impone ante las pasiones. Este es un sentimiento, de acuerdo a Kant,  nace de un fundamento intelectual y racional, en cuanto es originado por la razón misma. Este respeto se refiere sólo a las personas y no a las cosas, ya que estas cosas despiertan en nosotros inclinaciones, amor, miedo o asombro, pero no respeto.

Lo mismo sucede con un ser humano, entendido en su dimensión fenoménica, que puede despertar en mí distintas inclinaciones. En cuanto al respeto, escribió Kant, es un tributo que no podemos negar al mérito, lo podemos ocultar a los demás, pero no podemos impedir sentirlo en nuestro interior. Para Kant la ley moral es para la voluntad de un ser absolutamente perfecto, una ley de santidad, y para la voluntad de un ser racional finito es una ley del deber, de la coacción moral y la determinación de sus acciones mediante el respeto esta ley. Así, el deber es central en su ética, está por encima de todo.

En su himno al deber, Kant señala que el deber es aquello que eleva al ser humano por encima de sí mismo, es decir, como parte del mundo fenoménico, y lo enlaza con un orden de cosas que sólo el entendimiento puede pensar. Ya veremos esta pertenencia del hombre a dos mundos.

Cuando comencé a abordar la Crítica de la Razón Práctica, señalé que el noúmeno no podía ser alcanzado por la razón pura, pero resultaba accesible por vía práctica. De esa manera la libertad, la inmortalidad del alma y Dios llegan a ser postulados. Los postulados son presupuestos desde un punto de vista necesariamente práctico. Estas proposiciones de la razón práctica no pueden ser demostradas por la razón teorética. Estos dan a las ideas de la razón especulativa una realidad objetiva. Sin estos postulados no se podría dar razón a la ley moral.

En lo que respecta a la libertad, es postulada por el hecho de que es posible concebir la voluntad pura como causa libre. Una misma acción puede ser generada por una acción libre y desplegarse de acuerdo con las leyes del mundo fenoménico. El ser humano pertenece a dos mundo, por un lado al fenoménico donde está sujeto a la causalidad mecánica, y por otro lado se descubre como un ser inteligible y libre. Por lo tanto, nada impide que una misma acción pueda ser generada por una causa libre (nouménica) y desarrollarse de acuerdo con la ley de la necesidad, condicionada mecanicistamente.

En cuanto a la existencia de un Dios omnisciente y omnipotente, Kant señala que la virtud junto a la felicidad que le incumbe forma el bien supremo. Es en el bien supremo donde se reúnen las dos aspiraciones humanas más importantes, la de la virtud y la de la felicidad. Esta síntesis, de acuerdo a Kant, tiene que realizarse de alguna manera para que tenga sentido la propia experiencia moral.  El bien supremo sólo es posible en el mundo en cuanto se admite que existe una causa suprema de la naturaleza y esta es un ser que mediante el entendimiento y la voluntad es la causa de la naturaleza, es decir, Dios. Sólo una entidad Absoluta puede hacer que coincidan las leyes que gobiernan la realización de la felicidad con las leyes que rigen la conducta moral.

Por lo tanto, señala Kant, la posibilidad del bien supremo derivado, del mejor mundo, es a la vez el postulado de la realidad de un bien supremo originario, que es la existencia de Dios. Dios debe hacer corresponder en otro mundo la felicidad que le compete al mérito y que no se realiza en este mundo. Así, vemos que Kant recurre a una idea curiosa postulando un mundo inteligible y un Dios omnisciente que adecua la virtud a los méritos y al grado de virtud. Tenemos entonces que Dios es una entidad trascendente y causa del mundo, sobre el cual no se puede conocer su existencia, pero si se puede postular a partir de nuestra reflexión sobre la moral.

El tercer postulado de la razón práctica es el de la inmortalidad del alma en el sentido de una aproximación siempre más allá a la santidad, ya que la santidad que requiere el sumo bien sólo puede alcanzarse a través de un proceso hacia el infinito. Para Kant la inmortalidad y la vida eterna constituyen un continuo crecimiento en la dimensión de la santidad. La virtud necesita de un tiempo infinito para su realización plena. Entonces no es posible un conocimiento objetivo tanto la existencia de Dios como la inmortalidad del alma, pero a pesar de ello, es necesario postular ambas para que la experiencia moral tenga sentido. Kant habla de una “fe racional” en estos, fe en cuanto sólo tenemos un conocimiento subjetivo de estos y es racional debido a que no nos son dados por medio de una revelación. 

Resumamos entonces para finalizar con la segunda Crítica. El objetivo principal de esta es mostrar que la razón pura es capaz de determinar por sí sola, es decir, libremente, a la voluntad, sin que intervengan los impulsos sensibles. Así, sólo en estos casos pueden existir leyes morales universales. Los imperativos categóricos son los únicos que pueden ser leyes morales, ya que son reglas prácticas objetivas que valen independientemente de todas las condiciones subjetivas accidentales que se pueden encontrar en un ser racional.

Debemos diferenciar entre la materia del imperativo categórico, que es el objeto de la voluntad, y la esencia de este mismo que consiste en su valor en virtud d de la forma de la ley. La formulación más apropiada del imperativo categórico es actuar de modo que la máxima, que es una regla práctica subjetiva de mi voluntad, pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio de una legislación universal, siendo este último una regla práctica objetiva.

Tenemos entonces que la esencia de la ley moral es la adecuación de la voluntad a la forma de la ley formal y el respeto por el deber mismo. El respeto es para Kant el único sentimiento racional puro, cognoscible a priori. La existencia de la ley moral, que determina el concepto del bien, es un hecho de la razón y sólo se explica si se postula la libertad, que podemos entenderla en un sentido positivo, es decir, la capacidad de la voluntad independiente para autodeterminarse, y en un sentido negativo, a que es la independencia de la voluntad respecto de la ley natural de los fenómenos.

Ahora bien, nosotros tenemos conciencia de la libertad porque tenemos conciencia del deber.  Por último, las tres ideas de la razón teorética pura son en la razón práctica pura tres postulados: la libertad, la existencia de Dios y la inmortalidad del alma. Podemos por lo tanto concluir que la razón debe y puede determinar a la voluntad de modo puro, según la proposición sintética a priori del imperativo categórico fundado sobre la libertad, es decir, según la ley moral.

La ética kantiana no ha estado exenta de críticas. Realizar una crítica filosófica tomando como criterios la coherencia lógica y el aspecto empírico deja en evidencia algunas limitaciones en la ética de Kant. Como escribió el filósofo argentino, Risieri Frondizi, no es fácil aplicar estos criterios. Al criticar una doctrina ética uno se encuentra con algunas dificultades al aplicar el criterio empírico. La ética, al referirse al deber-ser, sus proposiciones no pueden ser refutadas con el ser, esto es, con lo que ocurre. Seguiré a Frondizi en estas líneas a continuación.

En primer lugar, abordemos la idea de universalidad de la ley moral. Tenemos que una norma, imperativo o ley no puede ser moral si no es universalizable. Este rasgo de la ley moral hace que Kant de la espalda a la experiencia y vacíe de contenido el imperativo, ya que, como señala Frondizi, “no se puede alcanzar la universalidad por la experiencia. Por otra parte, cualquier norma con un determina do contenido admite excepciones, como ocurre con el precepto no matarás[1]. ¿Qué podemos señalar con respectos a estas pretensiones de universalidad de la ley moral? Frondizi se refiere a dos aspectos en esta crítica.

En primer lugar, existen casos en que la máxima puede universalizarse lógicamente, pero resulta que la acción es inmoral. El segundo aspecto es la situación inversa, es decir, tenemos que la máxima no es universalizable en el sentido kantiano y resulta que la acción es moral. En el primer caso, tenemos que el egoísmo es un caso en que la máxima es universalizable, de acuerdo con el propio Kant. No existe ninguna razón lógica para que la máxima que dice “cada uno atienda a sus necesidades” no se pueda universalizar.

Kant admite esta posibilidad lógica, si esa manera de pensar se convirtiese en ley universal, la raza humana podría seguir subsistiendo. Sin embargo, es imposible querer que tal principio valga siempre como ley natural. Así, lógicamente es posible el caso anterior. Psicológicamente también ya que existen muchas personas que opinan que el egoísmo se puede y debe universalizar, pero a Kant no le interesa este aspecto. ¿Cuál es la respuesta de Kant a esto?

Según él, una voluntad que así lo decidiera, se contradice a sí misma ya que podría haber casos en que alguien necesitase el apoyo, la compasión y el amor ajeno, pero de acuerdo con la máxima anterior, esta persona no recibiría ningún tipo de apoyo en caso de que se encontrase en una situación difícil. Pero a pesar de la razón dada, esta no parece tener consistencia ya que esa situación supone también egoísmo en el sentido de que Kant nos dice que ayudemos a los demás porque en algún momento necesitaré también ayuda, lo cual también es una forma de actuar guiada por el egoísmo.

Vamos al segundo aspecto de la crítica, esto es, cuando la máxima no se puede universalizar y, sin embargo, es lo que corresponde hacer. Podemos imaginar una serie de casos imaginarios o también de la vida real. Por ejemplo Frondizi nos habla de un pobre hombre de campo que trabaja su tierra con gran esfuerzo. Resulta que su hijo se enferma gravemente y sólo existe un médico en el pueblo, un muy buen médico, pero que deja mucho que desear como persona. El médico exige que para ver al hijo, el padre debe pagar la consulta. ¿Qué puede hacer este pobre padre? ¿Dejar morir a su hijo? ¿Prometer que va a pagar la cuenta sabiendo que no podrá hacerlo? Pero resulta que la falsa promesa no es lógicamente universalizable. ¿Debe dejar fallecer a su hijo en nombre de esa razón lógica?

Recuerde el lector que en este caso el campesino no tiene otra alternativa que prometer algo que no podrá cumplir, que es pagar al médico en algún momento. Resulta obvio que los padres harían cualquier cosa por sus hijos y no vamos a dejarlo morir por un principio abstracto que no se adecua con la realidad.  En este caso, como señala Frondizi, debemos aplicar otro principio kantiano que es tratar a la persona como un fin en sí mismo y no tan sólo como un medio. Pero Kant no acepta los casos de mentiras piadosas, rechaza la mentira cualquiera sea la circunstancia. Nos encontramos ante un choque entre dos enunciados del imperativo categórico: la universalización de la máxima y el de tratar al ser humano como un fin en sí mismo.

La vida del hijo del campesino dependerá de cual de estos enunciados adoptemos. El campesino no encontraría mucha ayuda si decidiera recurrir a Kant ya que el filósofo prusiano no proporciona un criterio para determinar cuál de los dos principios debemos escoger, ya que ni siquiera contempla la posibilidad de que se produzcan conflictos entre estos dos principios. El hecho es que Kant considera condenable mentir, lo cual queda ejemplificado en un escrito donde analiza el derecho a mentir por motivos altruistas.

Este escrito es una respuesta al filósofo y político Benjamin Constant, quien escribió que un “filósofo alemán” afirmaba que sería inmoral mentir a un asesino que preguntara donde está el amigo que se ha refugiado en la casa de uno. ¿Acaso Kant en su esfuerzo de mantener la coherencia lógica estuvo dispuesto a rechazar mentir, aunque esto significase que alguien resultase asesinado?

 

[1] Risieri Frondizi, Introducción a los problemas fundamentals del hombre (México: FCE), 95.