1) Michel Foucault: Estado y Biopoder (por Jan Doxrud)

1) Michel Foucault: Estado y Biopoder (por Jan Doxrud)

En esta serie de artículos abordaré algunas de las ideas del intelectual francés Michel Foucault. Me centraré principalmente en algunos capítulos de sus clases impartidas en el Collège de France : “Defender la sociedad”, Seguridad, territorio, población”  y  “ Nacimiento de la biopolítica”. Así, a lo largo de estos artículos examinaremos varias ideas entre las cuales caben destacar el de “Estado”, “gubernamnetalidad”, “poder pastoral” ( y su crisis), la noción de “razón de Estado” y los cuestionamientos a este durante la Edad Moderna. Finalmente abordaré el tema de la “biopolítica” o esta “estatización de lo biológico”.

Comenzaré, entonces, con el curso titulado “Seguridad, territorio, población”, dictado en 1978 en el Collège de France. Foucault hace alusión a la fascinación que ejerce el amor o el horror por el Estado y cuánta energía se pone en el nacimiento del Estado, su historia, avances, su poder y sus abusos. En su curso sobre el nacimiento de la biopolítica (1979) el pensador francés hace referencia a la “fobia al Estado” y recuerda las palabras del historiador del arte, Bernard Berenson (1865-1959), quien expresó su temor a la destrucción del mundo producto del poderío atómico, pero añadía que existía otro temor más: la invasión de la humanidad por el Estado. En su curso de 1979 Foucault afirma lo siguiente:

…podríamos decir que lo que se pone en cuestión en la actualidad, y a partir de horizontes extremadamente numerosos, es casi siempre el Estado; el Estado y su crecimiento indefinido, el Estado y su omnipresencia, el Estado y su desarrollo burocrático, el Estado con los gérmenes de fascismo que conlleva, el Estado y su violencia intrínseca debajo de su paternalismo providencial…”[1].

De acuerdo a Foucault, en toda esta temática de la crítica del Estado existen dos elementos importantes.  El primero  consiste en la idea de que el Estado posee, en sí mismo y en virtud de su propio dinamismo, una suerte de poder de expansión, un imperialismo endógeno o tendencia intrínseca a crecer. El segundo elemento presentes en estos discursos fóbicos respecto al Estado es la existencia de una “continuidad genética” entre las diferentes formas estatales : el Estado administrativo, Estado benefactor, Estado burocrático, Estado fascista y el Estado totalitario. Cada uno de estos son “ramas sucesivas de un solo y el mismo árbol que crece en su continuidad y su unidad y que es el gran árbol estatal[2]. Esta fobia al Estado fue, por lo demás, alimentada por la experiencia histórica del nazismo, el fascismo y el comunismo soviético, además de los miles de exiliados políticos y profesores de economía política influenciados por el neomarginalismo austriaco, señala Foucault. 

Desde el punto de vista del filósofo francés, el Estado no tiene una esencia, esto es, carece de entrañas. Para el autor el Estado es el efecto de perpetuas estatizaciones, el efecto móvil de un régimen de “gubernamentalidades múltiples”. Añade el autor que sus temas de estudio como la locura, la enfermedad mental, el régimen penitenciario, la clínica y todo tipo de técnicas disciplinarias guardan relación con una estatización progresiva, aunque fragmentaria, de una serie de práctica o formas de actuar.

Además, para Foucault, existe una sobrevaloración del Estado, lo cual acontece de dos formas. En primer lugar  tenemos aquella forma afectiva y trágica, que es el lirismo del Estado concebido como un monstruo frío. En segundo lugar  el autor señala que está aquella tendencia a reducir al Estado a una serie de funciones tales como el desarrollo de las fuerzas productivas y la reproducción de las relaciones de producción. Estos constituyen dos rasgos que, a su vez, son blanco de críticas y transforma al Estado en una posición privilegiada que es preciso ocupar. 

Foucault parece bajarle el perfil a esta excesiva preocupación por el Estado señalando que, tal vez, el Estado no sea más que una realidad compuesta y una abstracción mitificada cuya importancia es mucho más reducida de lo que se supone. ¿Cuál es, entonces, la preocupación de Foucault? ¿Dónde debemos poner el foco en nuestras sociedad modernas actuales?  El intelectual responde que lo   importante para nuestra modernidad no es la estatización de la sociedad, sino que la gubernamentalización del Estado, fenómeno que fue descubierto, de acuerdo al autor, en el siglo XVIII.  Esta gubernamentalización del Estado lo tilda como un fenómeno particularmente retorcido y que permitió la supervivencia del Estado.  La gubernamentalidad, continúa explicando el mismo autor, es a la vez exterior e interior a él, puesto que son las tácticas de gobierno aquellas que permiten definir en todo momento “lo que debe y no debe estar en la órbita del Estado, lo que es público y lo que privado, lo que es estatal y lo que no lo es”. A esto añade Foucault:

“Por lo tanto, el Estado en su supervivencia y el Estado en sus límites sólo deben comprenderse sobre la base de las tácticas generales de la gubernamentalidad”[3].

Foucault distingue, aunque advierte que de manera tosca, las siguientes grandes formas o grandes economías de poder en Occidente: Estado de justicia, nacida en la territorialidad de tipo feudal; el Estado administrativo, nacido en una territorialidad de tipo fronterizo, ya no feudal en los siglos XV y XVI; el Estado de gobierno, que ya no se define por la territorialidad o superficie ocupada, sino que por la masa de población, su volumen, su densidad y el territorial sobre el cual se extiende. Lo que se propone Foucault en su curso es  explicar el nacimiento y desarrollo de este concepto de gubernamentalidad remontándose a un modelo arcaico que es lo que denomina como la “pastoral cristiana”. Así, el intelectual francés lleva a cabo un análisis local y microscópico de las formas de poder que se caracterizan por el “pastorado” (cristiano), para desde ahí abordar y alcanzar los problemas generales en torno al Estado.

A su vez, la gubernamentalidad, o el fenómeno occidental de la gubernamentalización del Estado, se fundamentó sobre la nueva técnica diplomático-militar y la policía añade el autor. Pero antes de entrar en la temática del poder pastoral,  Foucault aborda el concepto mismo de “gobernar”. Aclara Foucault que gobernar no es “reinar”, “mandar”,“hacer ley” o “ser soberano”. Paso seguido el autor pasa a examinar los diversos significados de este concepto. En primer lugar, destaca el sentido material, físico y espacial de “dirigir”, es decir, de hacer avanzar e incluso avanzar uno mismo. Foucault cita al cronista francés Jean Froissart (1337-1404) cuando señala:  “Un […] camino tan angosto que […] dos hombres no podrían gobernarse en él”[4].

En segundo lugar  “gobernar” puede significar “sustentar”, alimentar o dar vituallas, tal como lo ejemplifica Foucault con un texto del siglo XV: “trigo para gobernar París durante dos años”, o “un hombre no tenía de qué vivir ni gobernar a su mujer que estaba enferma”. Por su parte, Froissart hablaba de una ciudad “que se gobierna de la pañería”, es decir, que debe su subsistencia al negocio de la pañería. Existe también una significación de orden moral, donde gobernar sería sinónimo de conducir a alguien, por ejemplo, de manera espiritual, una suerte de gobierno de las almas. 

Pero también puede interpretarse como el imponer un régimen, como es el caso del médico que impone un régimen al enfermo o el psiquiatra que opera de la misma manera en relación con el que es considerado mentalmente enfermo. Gobernar puede también significar  una relación entre individuos que puede adoptar varias formas, como, por ejemplo, la de mando y dominio, así como una relación verbal.  Por último Foucault destaca que el concepto “gobernar” puede referirse al comercio sexual, tal como lo deja ver el escritor francés Guillaume Bouchet (1513-1594): “Un fulano que gobernaba a la mujer de su vecino e iba a verla con mucha frecuencia”. 

El punto de todo eso es advertir que  el concepto de “gobernar” abarcaba un amplio dominio semántico, antes de que adoptara su significación propiamente política, explica Foucault. Otro punto importante que destaca el autor es que nunca se gobierna un Estado, nunca se gobierna un territorio o una estructura política, sino que  lo que se gobierna son personas, individuos, colectividades.  Es aquí donde Foucault presta su atención ya que este es un fenómeno relativamente nuevo, ya que como el mismo autor afirma: 

Ahora bien, la idea de que a los hombres se les gobierna no es por cierto una idea griega y tampoco, me parece, una idea romana[5].

Si bien, explica Foucault, existía la figura del piloto o del timonel, en el caso de Platón, la figura del kubernetes, al timonel que gobierna la embarcación, sucede que tal gobierno no recae sobre los individuos, es decir, puede recaer sobre un navío o una ciudad, por lo que no recae directamente sobre los individuos, sino que sólo de manera indirecta. Tenemos entonces que esta idea de gobierno sobre los individuo y las colectividades no habría nacido ni en Grecia ni en Roma, por lo tanto ¿cuál fue el origen de esta idea de “gobierno”? 

Foucault cree que la idea de un gobierno de los hombres es una que tiene su origen en un Oriente precristiano y luego en el Oriente cristiano. Lo anterior, añade el autor, se dio en dos formas, siendo la primera, la idea y organización de un  poder de tipo pastoral, y  la segunda, la idea de una dirección de la conciencia, de las almas. Foucault fue un lector de Martin Heidegger (1889-1976), de manera que la figura del pastor es una clara influencia de Heidegger. El pensador alemán afirmaba en su “Carta sobre el humanismo” afirma que el lenguaje es la morada del ser y el hombre es su pastor. El hombre, escribió Heidegger, era el pastor del ser. 

Foucault examina la idea del poder pastoral abordando imperios de la antigüedad como el babilonio, asirio o el egipcio. Por ejemplo, el faraón era considerado un pastor de su pueblo y en las ceremonias recibía las insignias en su calidad de pastor, así como de otros atributos y títulos. Pero interesa principalmente al autor de qué manera la cultura hebrea desarrolló e intensificó este poder pastoral.  Ningún rey, a excepción de David, recibió la designación especial y explícita de pastor, ya que sólo se reserva a Dios, del cual algunos profetas recibieron el rebaño que al final tendrán que devolvérselo a Dios. 

Añade Foucault que este poder pastoral es en esencia una relación entre Dios con los seres humanos, siendo un tipo de poder religioso que posee su principio y fundamento en el poder que dios ejerce sobre su pueblo. En lo que respecta a las características de este pastor, Foucault destaca tresEl primer rasgo es que el poder que ejerce el pastor no es sobre un territorio, sino que es ejercido sobre un rebaño. Destaca que este es un rebaño que se encuentra en desplazamiento, en movimiento, de manera que el poder pastoral se ejerce sobre una multitud en movimiento que se dirige de un lugar a otro. 

El Dios hebreo, a diferencia de los dioses griegos, explica Foucault, no es un Dios territorial, no es un Dios fijo, estático que ejerce poder sobre una ciudad o un espacio amurallado, sino que hace su aparición cuando se abandona la ciudad. Una segunda característica  es que el poder pastoral se define en su totalidad por su benevolencia, de manera que su única razón de ser es hacer el bien, siendo esto la salvación de su rebaño. En palabras de Foucault:

Pero esta salvación que es menester asegurar al rebaño tiene un sentido muy preciso en la temática del poder pastoral. Ante todo, la salvación es esencialmente la subsistencia. La provisión de la subsistencia, el alimento asegurado, son las buenas pasturas. El pastor es quien alimenta y lo hace de mano en mano o, en todo caso, quien alimenta, por una parte , al conducir hasta las buenas praderas y, por otra, al asegurarse de que los animales, efectivamente coman y se alimenten como es debido. El poder pastoral es un poder de cuidados. Cuida al rebaño, cuida a los individuos del rebaño, vela por que las ovejas no sufran, va a buscar a las extraviadas, cura las heridas[6].

En la Biblia abundan las referencias a la figura del pastor, por ejemplo, en Hebreos 13:17 podemos leer:

“Obedeced a vuestros pastores y sujetaos a ellos, porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta. Permitidles que lo hagan con alegría y no quejándose, porque eso no sería provechoso para vosotros”.

En Juan 10:11:

“Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas”.

En Marcos 6:34

“Y salió Jesús y vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tenían pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas”.

En Génesis 46:34:

“entonces diréis: Hombres de ganadería han sido tus siervos desde nuestra juventud hasta ahora, nosotros y nuestros padres; a fin de que moréis en la tierra de Gosén, porque para los egipcios es abominación todo pastor de ovejas”.

En Apocalipsis 7:17:

“porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos”.

Debemos recordar también que distintos personajes bíblicos eran pastores: Abel (Gn. 4:4), Abrahán, Isaac, Jacob y Job ovejas (Gn. 12:16; 20:12-14; 30:31-43; Job 1:3), y los hijos de Jacob (Gn. 37:12), Moisés (Ex. 3:1), David (1 Cr. 17:7) y Amós (Am. 7:14). Las principales funciones de la figura del pastor era la protección del rebaño, alimentarlo, guiarlo.

[1] Michel Foucault, Nacimiento de la biopolítica (México: FCE, 2010), 218.

[2] Ibid., 219.

[3] Michel Foucal, Seguridad, territorio, población (México: FCE, 2014), 137. 

[4] Ibid., 147.

[5] Ibid., 149.

[6] Ibid., 155-156.