21/25- El embrujo soviético (por Jan Doxrud)

21) El embrujo soviético (por Jan Doxrud)

Como bien nos recuerda Sowell (y antes que el Ronald Coase), una empresa se encuentra limitada no solamente por su tamaño, sino que también por el número de funciones que debe realizar de manera eficiente. Por su parte,  Ronald Coase (1910-2013)  nos explicaba la razón por la cual era imposible de que una sola empresa realizara toda la producción mundial. La respuesta a esto es que a medida que una empresa se expande también aumentan los costes de gestión, comunicación y control, así como también el cálculo económico. 

Así, Coase afirmaba que una empresa crecería hasta que los costes de la organización de una transacción adicional dentro de la empresa se igualen los costes de esa misma transacción por medio del intercambio en el mercado o a los costos de su organización en otra empresa. En el caso de la URSS fue el Estado el que pretendió asumir todos estos costes y sin ningún incentivo de utilizar la creatividad para lograr reducirlos (tampoco podía acudir al mercado puesto que no existía). Para que hablar del sistema de intermediarios que no eran más que funcionarios estatales que también operaban en una nebulosa.

Otro de los problemas que aborda Alec Nove es la situación de mercado favorable al vendedor y del monopolio del proveedor que fuerza al cliente a aceptar unos bienes en una cantidad y calidad  diferentes a los del deseo del cliente. Sucedía que, en el sistema soviético el plan de suministro designaba al proveedor que, por lo tanto,gozaba de una posición de monopolio absoluto. Junto a esto estaba la jerarquía de la que gozaban los bienes de consumo en función de su importancia. 

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En palabras de Nove, mientras que en una economía de libre mercado la producción de cepillos de dientes se realiza porque es rentable, en una economía centralmente planificada se hace por la oficina de planificación así lo decide. Pero el funcionario que esté a cargo de ese y otros bienes será uno de rango inferior y, por lo tanto, tendrá un menor poder de influencia en la lucha por los recursos ofrecidos por el Estado en comparación con otros funcionarios de mayor rango que se encuentra a cargo de productos que se consideran más importantes.

A esto añadía otro tema problemático y era que el ingreso total de los ciudadanos estaba, en gran medida determinada (y pagada) por el Estado, sus instituciones y empresas. Por otro lado tenemos que el mismo Estado fijaba el precio de los bienes de consumo y fijaba también su oferta para lograr así el estado de equilibrio entre oferta y demanda agregada. Resulta que tal equilibrio no se alcanzó, puesto que que emergió un “microdesequilibrio” en donde, por un lado, la oferta de ciertas manufacturas, alimentos y máquinas era escasa y, por otro lado, la ofertas de otras eran abundantes, producto de la inflexibilidad de los precios. 

A esto debemos añadir que los ingresos de los ciudadanos tendían a ser iguales o superiores a lo planificado, lo que se traducía en que la producción estaba muy por debajo de lo planificado con el consecuente aumento de los precios. Nove cita la editorial del periódico soviético Pravda del año 1979 en donde se reconocía que las rentas aumentaban más rápidamente que la oferta. Otro problema era la falta de incentivos para innovar, puesto que los encargados de la producción minoristas (que gozaban de un monopolio absoluto) no tenían interés en “ganarse la clientela” puesto que eso implicaba incurrir en costos y, por lo demás, no era un imperativo. 

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Lo mismo sucedía con la linea aérea soviética Aeroflot que no tenía incentivos para mejorar sus servicios. Thomas Sowell cita la frase de Breznev, quien señaló  que para los administradores de las empresas de su país le temían a la innovación de la misma manera en que el diablo le temía al incienso.

Un tema interesante que aborda Nove son los “indicadores de éxito” dentro del sistema económico soviético que podía llegar a ser, literalmente, millones. Para medir el éxito de las empresas, los objetivos  podían ser expresados en unidades por el órgano planificador, es decir, en toneladas, metros cuadrados, rublos, miles de pares, etc. También el órgano de planificación central tenía que hacer uso de “agregados”, para simplificar su labor, puesto que, de lo contrario, si se desglosaban todos los productos, se podían obtener hasta 12 millones de productos diferentes. Es por ello que para aligerar la carga se apelaba a las “macrocifras”. Como nos recuerda Nove, el mismo Trotsky reconoció los problemas de la “planificación cuantitativa”. Trotsky afirmaba que el hierro fundido podía ser medido en toneladas y la electricidad en kilovatios/hora, y añadía que era imposible crear un plan universal sin sin reducir todos los sectores de la producción a una unidad común”.

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Los economistas rusos  Nikola Shmelev y Vladimir Popov explican en su libro que la planificación se fundamentaba en 2 principios. El primero era la planificación de la nomenclatura de los productos. Aquí las disposiciones del plan eran bastante detalladas en donde el Gosplan establecía 2 mil grupos de productos agregados. El Gossnab, encargado del material y el suministro técnico, dividía esos grupos agregados en 15 mil y los ministerios los desagregaban en 50 mil. El segundo principio la asignación centralizada de los recursos. Antes de que comenzara el plan, las empresas enviaban us solicitudes de recursos al Gossnab y recibían a cambio un plan de suministros con asignaciones precisas de productores y volumen de entregas. Ahora bien solía suceder que la respuestas de las autoridades no satisfacían las demandas de las empresas pero peor era no enviar las solicitudes correspondiente. 

En este sistema, Shmelev y Popov retratan a las empresas como verdaderas “cajas negras” en donde el “input” lo constituía el plan que recibía la empresa y el “output” que se traduce en el volumen de producción física y los precios de los productos. El “cómo” lo hará lo empresa es problema de esta, una verdadera “cajanegrismo”, la misma concepción que los psicólogos conductistas tenían del ser humano. Todo esto, comentan ambos economistas, suena bastante lógico y la planificación debería funcionar de manera “armónica” y “hermosa”. 

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Después de todo, si algo es planificado con antelación es obvio que el resultado de ese plan será óptimo. El problema de este razonamiento es que comete la falacia de la composición, en este caso, extrapolar lo que es funciona para una parte del sistema económico (toda empresa requiere de un plan) a lo que funciona para la economía nacional. Así, Shmelev y Popov explican que es imposible predecir el futuro, de manera que se debe tener siempre presente la brecha que existirá entre lo que podemos intentar planificar y lo que podemos planificar en la realidad.

Ahora bien, como explica Nove, las “instrucciones agregadas” incitan a que quien las recibe debe trabajar de cierta manera específica. Por ejemplo a una persona a la cual se le pone como meta “X” toneladas de un bien específico, entonces se preocupará de cumplir esta meta cuantitativa y descuidará el aspecto cualitativo. Nove pone en el tapete que la experiencia soviética muestra lo difícil que resultaba ser planificar y definir la calidad de los productos (en contraste con la cantidad). Así se puede dar la orden de “10 mil pares de zapatos” como “meta”, por lo que los esfuerzo estarán enfocados en alcanzar tal número, sin importar la calidad de los zapatos puesto que ese aspecto no se encuentra contemplado en la meta establecida por el planificador central. 

Similares incentivos negativos se generan en caso de que la meta se establezca en términos de rublos que deben ser gastados. En este último caso Nove explica que se crea un incentivo perverso consistente en que los productores no se preocuparan por abaratar costes, todo lo contrario, buscaran los métodos más costosos para alcanzar la meta monetaria.

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