1/3-¿Alguien dijo “Intelectuales”? (por Jan Doxrud)

¿Alguien dijo “Intelectuales”? (por Jan Doxrud)


El intelectual tiene derecho, por supuesto, a equivocarse; no a mentir. Tiene derecho a apasionarse, con tal que su pasión, como decimos en español, no quite conocimiento (…) Tiene derecho a tomar  una posición política, pero no a ser cómplice del crimen, la opresión o el engaño. Tiene derecho a sentir simpatías o antipatías por una nación, una ideología o un grupo, pero no a sustituir la realidad por sus sentimientos particulares y domésticos. 

  (Julián Marías. El intelectual y su mundo)

 

¿Qué es un intelectual? ¿Cómo se define? ¿Qué lo caracteriza? ¿Qué no sería un intelectual? ¿Son acaso relevantes los intelectuales? Michel Foucault afirmaba que la palabra intelectual le parecía extraña y que nunca se había se encontrado con uno. Con esto, Foucault quería dar a entender que conocía a novelistas, a personas que estudian economía, que componen música electrónica, que enseñan, que pintan, etc…pero nunca se había encontrado con “intelectuales”. Concuerdo con el francés en el sentido de que este concepto de “intelectual” es bastante difuso una vez que uno se adentra a explorarlo. Por lo demás, si hablamos de intelectuales, estos deben cumplir con ciertos estándares mínimos tanto éticos como de racionalidad. Estos estándares, en mi opinión, están lejos de ser cumplidos por los “intelectuales” actuales, lo que hace de estos meros charlatanes, embusteros, embaucadores o como quiera llamarlos. Junto a esto, el resultado es que el concepto mismo de intelectual resulta ser turbio e ininteligible. En las líneas que siguen revisaremos distintos aspectos de la figura del intelectual, tanto positivas como negativas, para finalmente intentar establecer algunos requisitos mínimos que un verdadero intelectual debería tener.  

Por lo general asociamos la figura del “intelectual” a alguien inteligente y culto, pero de acuerdo a esto tendríamos que entrar a explicar qué queremos decir con conceptos tan imprecisos como “inteligente” y “culto”. ¿Ser culto es saber de literatura, historia, biología, química, neurociencia, sociología? ¿Es la ciencia parte de la cultura? ¿Solo las denominadas Humanidades son parte de la cultura? Sin duda la multiplicación de las disciplinas en nuestros días hace imposible la existencia de un polímata y, por ende, la existencia de una suerte de sabio universal. Pero, en todo caso, el intelectual no necesita ser un experto en todo (es imposible), ya que este más bien es una persona dotada de una caja de herramientas que le permite ejercer una crítica racional respecto a cierto temas (con los límites obvios que la especialidad impone).

Está claro que nadie es experto en todo pero esto no nos puede impedir de poder someter a una crítica ciertos temas, de lo contrario nadie podría hablar sobre nada: ni de religión, ni política, ni antropología, ni literatura…puesto que no somos expertos. Lo qué si constituye un requisito es que un intelectual sea lógicamente riguroso y sea capaz de sustentar sus ideas con argumentos racionales y coherentes, y que no estén desconectados de la realidad en que vivimos. Así, difiero de algunos autores que han renunciado la idea de un intelectual (hasta cierto punto) universal en favor de una actividad intelectual fragmentada, que ha renunciado incluso a la búsqueda de la verdad y a la elaboración de principios universales que promuevan la paz, el bienestar y la cohesión social. El intelectual especializado no debe llevarnos a suprimir al intelectual universal.

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La palabra intelectual deriva del concepto de “intelecto” que, siguiendo una simple definición del Diccionario Oxford, consiste en la facultad de razonar y comprender objetivamente, especialmente en lo que respecta a asuntos abstractos. Este concepto también suele vincularse al “mundo de las ideas” no solamente en el sentido de que el intelectual trabaja con ideas, sino que también habita y se siente más cómodo en este mundo de las ideas que en el mundo real. En otras palabras, el intelectual sería una persona poco práctica cuya racionalidad se desenvuelve más en el plano teórico que en el práctico. Por su parte el Diccionario Merriam-Webster señala que el intelectual es aquella persona guiada principalmente por el intelecto más que por las emociones y por la experiencia. En virtud de lo anterior, el intelectual sería una persona racional. A esto añade que el intelectual es aquel comprometido en alguna actividad que requiere el uso creativo del intelecto. 

Como suele suceder, las definiciones de diccionario son limitadas y poco satisfactorias. Por lo demás, tales definiciones no reflejan ni dan cuenta de lo que es un intelectual o, al menos, lo que debería ser. Por ejemplo, resulta dudoso que el intelectual sea una persona objetiva y racional, que se guíe sola y puramente por la evidencia. También resulta ser impreciso afirmar que el intelectual sea una persona que habita en una torre de marfil académica aislado del mundo de real, aunque es cierto que existen y pululan tal clase de personajes.   Ciertamente existen pseudointelectuales que habitan en torres de marfil completamente aislados del mundo real, mundo que pretenden explicar y, peor aún, transformar.  El economista estadounidense,  Thomas Sowell,  diferenciaba entre dos clases de personas que trabajan con ideas. Por un lado estaban los intelectuales que trabajan con ideas para producir otras ideas, mientras que otros, como médicos e ingenieros, que trabajan no solamente con el objetivo de producir algo abstracto, sino que también aplicar sus ideas al mundo real. El problema comienza cuando el intelectual pierde contacto con el mundo real y se aísla en un mundo de abstracciones. Lo que sucede en este caso es lo que advierte Sowell, y es que las ideas de estos intelectuales no están sujetas al escrutinio de fuentes externas sino que solamente al escrutinio de su reducido número de pares. Con ironía Sowell señaló que el socialismo tenía un historial de fracaso tan evidente que solo un “intelectual” podría ignorarlo o evadirlo.

El politólogo francés  Raymond Aron (1905 - 1983) en su célebre “El opio de los intelectuales” señalaba que todas las sociedades habían tenido sus escribas, letrados o artistas y sus expertos, y ninguna de estas tres especies pertenecía exclusivamente a la civilización moderna. Así, explica el autor, todas las doctrinas y partidos han tenido sus pensadores, y son los intelectuales quienes en cada campo “transfiguran opiniones o intereses en una teoría; por definición no se contentan con vivir, quieren pensar su existencia”. Esto es así para los reinos, imperios, teocracias, democracias y dictaduras tanto de izquierda como de derecha. En suma, cada sociedad ha tenido lo que nosotros denominamos bajo el nombre de intelectuales. Aron ofrece algunas nociones sobre la figura del intelectual. 

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La primera es una amplia y nos dice que los intelectuales son trabajadores no manuales. Aron señala que en Francia nadie llamaría “intelectual” al empleado de oficina, aunque haya cursado estudios en la universidad y haber obtenido un diploma. 

Una segunda noción de intelectual, menos amplia, es circunscribir el concepto de intelectual a los expertos y letrados, noción con escaso poder esclarecedor. También se podría entender la intelectualidad como círculos concéntricos en donde el centro estaría ocupado por los “creadores” – novelistas, pintores, escultores, filósofos – y las fronteras estarían ocupadas, a los vulgarizadores y comerciantes de ideas. Pero tal clasificación es arbitraria y deja fuera a otras figuras como los científicos. Más adelante el autor añade que el intelectual es el hombre de ideas cuando se trata de escritores y artistas, y es hombre de ciencia, si se trata de sabios e ingenieros.

Friedrich Hayek (1899-1992)se refería a los intelectuales como distribuidores profesionales de ideas de segunda mano y jugaban un rol fundamental en las naciones democráticas, dando forma a la opinión pública. El autor, lejos de subestimar el rol de esta figura, le asigna un gran peso dentro de la historia occidental. Hayek cita como ejemplo el Socialismo (tanto el utópico así como el mal llamado “científico”) que, lejos de ser una ideología y movimiento creado por la clase obrera, constituyó  una construcción de intelectuales. El socialismo fue fruto del esfuerzo de intelectuales que, una vez articulada su ideología, persuadieron al proletariado para que la adoptaran como programa propio. Raymond Aron señalaba algo similar: “Son los intelectuales los que dieron al régimen soviético la doctrina, grandiosa y equívoca, de la cual han sacado las burocracias una religión de Estado”. Añadía Hayek que el típico intelectual no necesitaba poseer un conocimiento especial de cualquier cosa en particular ni tampoco necesitaba ser necesariamente inteligente para llevar a cabo su papel como intermediario en la difusión de ideas. 

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Así, para Hayek, un intelectual no era un pensador original y no necesitaba ser un experto o erudito en un campo determinado del pensamiento. Para este autor, la batalla de las ideas era primordial, por el poder que estas tenían. Así, la actitud más perjudicial que podía adoptarse era la de desechar las ideas y a los intelectuales, para enarbolar solamente el pragmatismo y la eficiencia. Esa no era la postura de Hayek. Por ello, se hacía necesario para el autor recuperar la fe en el poder de las ideas por parte del liberalismo para derrotar el avance de las ideas socialistas. Para Hayek, la principal lección que el verdadero liberal debía aprender del éxito de los socialistas era el coraje de estos últimos de atreverse y ser utópicos, lo cual le valió el apoyo de los intelectuales y, por consiguiente, también de la opinión pública En virtud de lo anterior Hayek señala: 

“El carácter del proceso por el cual las opiniones de los intelectuales influyen las políticas del mañana es, por lo tanto, mucho más que un interés académico. Ya sea que simplemente desean prever o tratar de influir en el curso de los acontecimientos, es un factor de una importancia mucho mayor de lo que se entiende en general”.