(II) La influencia del Romanticismo alemán en el pensamiento occidental (por Jan Doxrud)


(II) La influencia del Romanticismo alemán en el pensamiento occidental (por Jan Doxrud)

Comencemos  con  los  obstáculos  para  abordar  este tema. Berlin cita una serie de importantes autores   que   ponen   en   evidencia   las   dificultades a la hora de abordar el concepto en cuestión. Explica Berlin que el escritor francés Henri  Beyle (1783-1842), más conocido por su pseudónimo “Stendhal”, concebía lo romántico como lo moderno y lo interesante, mientras que el clasicismo era aquello carente de energía, antiguo y obsoleto. Por su parte, el polímata alemán Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) opinaba que el romanticismo era una enfermedad de poetas frenéticos y de   “reaccionarios   católico”. En   cambio, el   clasicismo (piénsese  en  Homero o la canción de los Nibelungos) era, para Goethe, la frescura, la alegría y la fortaleza. Para Simonde de Sismondi (1773-1842) el  romanticismo  era  la  “unión  del  amor, la religión   y   la caballería”, mientras que para el escritor y diplomático Friedrich von Gentz (1764-1832) el romanticismo era una de las cabezas de Hidra (la monstruosa serpiente policéfala en la mitología griega).

91ryIUlEfcL.jpg

Si para  Goethe  el  romanticismo representaba el catolicismo reaccionario, para Gentz constituía una amenaza de la izquierda hacia la religión, a  la  tradición y, por  ende,  al  pasado, una visión que armonizaba  con  los postulados del Congreso de Viena tras  la  derrota  final de Napoleón en Waterloo. Continúa explicando Berlin que para  el  poeta  alemán  Heinrich Heine (1797-1856), el romanticismo era “la flor granate nacida de la sangre   de   Cristo,  un  volver   a   despertar  de la poesía sonámbula de la Edad Media, germinaciones soñolientas que nos observan con los ojos profundamente doloridos de espectros gimientes”. En cambio, el historiador francés, Hippolyte  Taine (1828-1893) opinaba   que el romanticismo era una revuelta burguesa contra la aristocracia posterior a la Revolución Francesa (1789). Por último, Friedrich von Schlegel vinculaba este concepto con aquel deseo terrible  e  insatisfecho que nace  al  interior del ser humano por dirigirse hacia lo infinito. Berlin señala que esta actitud condice a dos fenómenos obsesivos, muy presentes en el pensamiento y la sensibilidad de los siglo XIX y XX: nostalgia y paranoia. Respecto a la nostalgia señala Berlin:

“La nostalgia se funda en el hecho de que intentamos comprender lo infinito pero este es inabarcable, razón por la que nada de lo que hagamos nos dará satisfacción. Cuando se le preguntó a Novalis hacia dónde se dirigía, cuál era el propósito de su arte, dijo: “Estoy constantemente retornando al hogar, siempre retornando a casa de mi padre”.

Monje en la orilla del mar, de Caspar Friedrich

Monje en la orilla del mar, de Caspar Friedrich

En lo que respecta a la paranoia, Berlin explica que hay una  versión negativa que ha obsesionado, hasta cierto punto,  al  siglo XX. Detrás  de  esta  paranoia  está  la sensación  de que operan fuerzan externas  que  impiden  que  seamos  libres, tales  fuerzas   pueden   ser   el  demonio, jesuitas, judíos, masones o la burguesía. Continúa explicando Berlin:

“Esta visión (…) se manifiesta de modos más crueles, como, por ejemplo, en la teoría de la conspiración histórica, en la que siempre buscamos enemigos encubiertos o, a veces, figuras más y más abstractas como las fuerzas económicas o las de producción o la lucha de clases (como dirá Marx), o a la noción más vaga y metafísica de la astucia de la razón o la astucia de la historia (como dirá Hegel), que conoce sus objetivos mucho mejor que nosotros y nos engaña”

Paso siguiente, Berlin  examina  si   acaso  existe un conjunto  de  características que puedan ser rotuladas como “románticas”. A  partir de los escritos  de  una  serie de autores, Berlin presenta las siguientes características del romanticismo: lo  primitivo,  lo  carente  de  instrucción, lo joven, el   hombre   en  su  estado  natural (buen salvaje), riqueza y exuberancia de la vida, , la multiplicidad inagotable,  el   caos,  la  turbulencia, la   armonía, la paz, la  unidad con el gran “yo” de la existencia, armonía   con   el   orden natural  y  la  disolución en el eterno espíritu absoluto. El romanticismo es también  lo extraño, exótico, lo grotesco, misterioso y sobrenatural. El romanticismo es lo antiguo, lo histórico, las   catedrales  góticas, los   gigantes,  grifos,  molinos  y, por otra  parte, es la búsqueda de lo novedoso ,  del  cambio revolucionario, interés en el presente fugaz y el deseo de vivir el momento. Por último, el  romanticismo  es nostalgia, ensueño, melancolía dulce o amarga, soledad, sufrimiento del exilio, sensación de alienación (concepto claves en Hegel y Marx), andar errante por lugares remotos (Oriente) y tiempos remotos (el Medioevo).

Por   su  parte, el   filósofo  italiano  Ludovico Geymonat (1908-1991) destacaba las siguientes ideas rectoras del romanticismo. En   primer lugar  tenemos  el  concepto  de  libertad nacional en contraposición   al   cosmopolitismo  ilustrado   que   amenazaba  con  socavar el patrimonio de cada nación.   Aunque,   como   destaca   Safranski, un  autor  como   Herder   se   mostró   partidario del cosmopolitismo   cuando  señaló que no existe ningún pueblo elegido por Dios y que ningún pueblo de Europa podía  cerrarse  frente a los demás y presentarse como  portador de una sabiduría superior. Una segunda idea es la revalorización de los estudios históricos  y  la exaltación del pasado, lo que se tradujo   en   una   idealización,   por   ejemplo,   de   la   Europa   medieval.  Una   tercera idea es el antirracionalismo o rebelión contra la razón, el método científico y la lógica, a favor de la fantasía, la fe, la intuición y el sentimiento. Una quinta idea es la divinización de la naturaleza y el consecuente panteísmo en el que, aparentemente, desembocaron muchos autores románticos. Rudiger Safranski destaca los siguientes rasgos del Romanticismo: la elevación del yo al olimpo filosófico, la pasión por la singularidad, la tentación nihilista, el tiranismo moral, la concepción positiva del caos como motor de la creatividad, la fantasía como lo más supremo y lo más originario,  la exaltación de la noche, del sueño, del misterio y de la muerte.

Captura de pantalla 2018-01-10 a la(s) 22.10.16.png

Los filósofos   italianos,Giovanni   Real   y   Darío  Antíseri   identifican algunas “constantes” o una suerte de mínimo común denominador dentro del movimiento romántico. En primer lugar esta  la  sed de lo infinito, el  deseo  de alcanzar ese “algo” que, por paradójico que pueda resultar, es inalcanzable  y  quizás  el   mismo   sujeto   lo   sabe   y   es   por eso que lo desea (si fuera alcanzable, entonces   perdería   toda su atracción). En segundo lugar esta el “nuevo sentido de la Naturaleza” (entendida   como   vida)  en   el   sentido   de   que   la   Naturaleza no  era percibida con prismas “cartesianos”  o  “newtonianos, es decir, no  se percibía como una máquina  desprovista  de vida cuyo funcionamiento  podía  ser  estudiado científicamente. No, para  los  románticos la Naturaleza estaba más allá  de  laconcepción mecánica propia de la Ilustración europea o de las ideas materialista como las Julien Onfray de la Mettrie (1709-1751) o los antiguos atomistas griegos. En relación al tema de la  Naturaleza, Isaiah  Berlin  señala  que  con   Kant   se   produce   un  cambio en lo que respecta a la   concepción  de  la  naturaleza. Si  en  Europa   prevaleció  la   idea   de una naturaleza   benévola y respetuosa, con   Kant esto   cambió  puesto   que   concebía  a esta como mecánica y amoral y, por ende, no  debíamos “fusionarnos” con esta ni menos imitarla. El razonamiento  de Kant  consiste en que si el ser humano es parte de la Naturaleza entonces  este último  también es un ser determinado, de manera que la moralidad se  transformaría - señala Berlin . en una espantosa ilusión. En  suma la Naturaleza no sería ni buena ni mala, sino que simplemente  es.

0_x7bwFJ8vAP_YgGFD.jpg

No  podemos  juzgar a un león por atacar a una manada de búfalos, ni maldecir a un volcán por hacer erupción. La Naturaleza “es” y no debemos someterla a juicios morales ni atribuirle rasgos que son propios de los seres humanos. Para Kant, el ser humano por medio del uso responsable de su libertad logra encumbrarse por encima de la Naturaleza. Esta es una idea de la voluntad, la libertad y la autonomía sería retomada Schiller. Al respecto comenta Berlin:

“(…) Schiller insiste constantemente en que lo único que hace hombre al hombre es su capacidad para elevarse por encima de la naturaleza, de moldearla, de explotarla y de subyugarla a su hermosa, libre y moralmente encausada moral”.

Ahora   bien,  Schiller   se   alejó   de  la  ética deontológica de Kant, puesto que para Schiller si el ser humano era libre no debía simplemente   serlo   para  cumplir  con  su deber. Schiller  fue  más allá y señaló   que   el   ser   humano  debía  elevarse por encima de la Naturaleza y el deber. Esto se puede entender  de mejor manera por medio  de  los  tres  estadios  por  los que  cruza  el  ser  humano de  acuerdo  a  Schiller. El  primer estadio, señala Berlin,  es   aquel  en  donde   el   ser   humano  es regido   bajo   un “instinto   material”, en   donde   el   hombre   es   gobernado   por  la materia, por sus pasiones y deseos, de   ahí  que  Schiller  lo denomine como “estadio salvaje”. El segundo estadio los   seres   humanos comienza a someterse a principios rígidos los cuales son convertidos por fetiches para  optimizar  su  condición. Schiller   llama  a  este   estadios “bárbaro”. Como   explica Berlin, el bárbaro, a diferencia del salvaje, son aquellos que adoran ídolos y  principios  absolutos  sin  saber en realidad porqué (por la tradición, autoridad, etc).

filosofia_libros.jpg

El tercer estadio es donde prevalece el “instinto de juego”. Este   instinto   de   juego   sirve   para   mediar entre dos   instintos   fundamentales  en el ser   humano, vinculado   a   la   materialidad   y   temporalidad, mientras   que   el   otro  instinto de “forma” vinculado a la racionalidad   humana. Si   el primer instinto es la  vida, el segundo la forma, el tercer es la “forma viviente”. Como explican Reale y Antíseri, para Schiller, el ser humano se hace verdaderamente racional cuando se hace “estético”, de manera que la educación estética es una educación para la libertad por medio de la belleza. Raymond Bayer resume lo anterior como sigue:

“El hombre es simultáneamente una persona y atraviesa por estados determinados (…) el hombre trascendental y el hombre empírico. El hombre se enfrenta así a una doble tarea: realizar la persona y dar forma a la realidad de los estadios. Para llevar a cabo esta doble tarea (…) el hombre dispone de instinto doble: el instinto sensible y el instinto formal (…) No solamente no son antagonistas esos dos instintos, sino que por el contrario, se condicionan mutuamente. Sin los cambios temporales, la persona se transformaría en virtualidad pura; sin la permanencia, no habría modificaciones posibles (…) Pero se presenta un peligro: que cada uno de los dos instinto trate de usurpar el lugar del otro”.

Es aquí donde entra el ya mencionado “instinto de juego” que, como explica Bayer, reconcilia la permanencia con el cambio y a la receptividad de los sentidos con la fuerza creadora de la razón. Por su parte, Berlin explica en la utopía de Schiller los artistas representan a aquellas personas que sólo obedecen sus propias reglas y es aquí donde se introduce una idea novedosa: que los ideales no se descubren mediante la intuición, ni por medios científico, ni por medio de la lectura de textos sagrados, debido al hecho de que tales ideales se inventan. Este “idealismo”, continúa explicando Berlin, se opone a la Naturaleza ya que los ideales que el ser humano proviene de él y, por tanto, se oponen a la Naturaleza (no pertenecen a esta). Al respecto, concluye Berlin:

“Así, el idealismo – la invención de los objetivos humanos – constituye una ruptura con la naturaleza. Nuestra tarea consiste en transformarla de tal modo, en educarnos hasta tal punto, que podamos convertir nuestra naturaleza, que no es demasiado flexible, en algo que nos posibilite perseguir y concretar algún ideal del modo más hermoso y natural posible”

Lecturas

-Isaiah Berlin, Las raíces del Romanticismo

-Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán.

-Juan José Sebrelli, Las aventuras de la vanguardia: el arte moderno contra la modernidad

-Entrevista a Michael Löwy

https://www.rebelion.org/hemeroteca/izquierda/lowy230102.htm

-Ludovico Geymonat, Historia de la filosofía y la ciencia

-Giovanni Real y Darío Antíseri, Historia de la Filosofía. Del Romanticismo al empirocriticismo.

-Raymond Bayer, Historia de la Estética.