4/7-El Libro Negro del Comunismo: El Libro (por Jan Doxrud)

El Libro Negro del Comunismo (IV): El Libro (por Jan Doxrud)

El “Libro Negro del Comunismo” es un libro que denuncia con datos duros las atrocidades cometidas por los diferentes regímenes comunistas existentes en Europa, Asia, África y América Latina. Como dije anteriormente, la reacción de la izquierda comunista fue agresiva y esto es comprensible, ya que esta vez se les estaba acusando de pertenecer a una ideología criminal. Lo que plantea el libro es que los ideales que postularon y defendieron Marx y comunistas posteriores, llevan necesariamente, una vez puestos en práctica, a la represión, al genocidio y al clasicidio. Vuelvo a repetir y a insistir en que Marx no teorizó acerca de los métodos represivos llevados a cabo por los regímenes comunistas, pero sus ideas, tal como las plantea en el Manifiesto, sólo pueden ser implantadas por medio de la fuerza. Courtois y los demás especialistas violaron esta un tema tabú de manera definitiva y sólida, y nada menos que en Francia. Con esta obra, el comunismo ya no sólo es comparable con el nazismo, (reconociendo las particularidad de la shoah), sino que además el comunismo es intrínsecamente criminal. El nacionalsocialismo buscaba una raza pura, mientras que el comunismo buscaba un proletariado puro, y la extirpación de cualquier rastro de la burguesía. Mientras que Furet en su libro “El pasado de una ilusión” trató al comunismo como un error intelectual, Courtois y los demás especialistas mostraban las cifras de masacres por parte de los regímenes comunistas, por lo que este error intelectual significaba una distorsión de la realidad que, a la larga, llevaba a la masacre de millones de seres humanos. Con Furet, los comunistas podían ser acusados de ser excesivamente idealistas, pero con el “Libro Negro”, los comunistas eran acusados de ser criminales.

Lenin (1918) atrás las estatuas de Marx y Engels

Lenin (1918) atrás las estatuas de Marx y Engels

Los autores del “Libro Negro” fueron acusados de fascistas, se les denunció por intentar asimilar el nazismo con el comunismo, se les cuestionaron sus cifras de muertos y algunos de los autores fueron víctima de presiones por parte de superiores universitarios. Se escucharon las ya clásicas réplicas de que todo lo que los autores describían en realidad no era el “verdadero” comunismo, sino que una desviación o una distorsión de este. Pero más allá de las cifras y de las terribles hechos que se describen en “El Libro Negro”, ¿cuál es la idea central de esta obra? ¿Qué explicación se da sobre este naturaleza criminal del comunismo? Courtois afirma que la Rusia soviética constituyó “el corazón y el motor de un sistema comunista mundial construido poco a poco y que se extendió de manera formidable a partir de 1945”[1].

Así, señala Courtois, la Unión Soviética leninista y estalinista constituyó la matriz del comunismo moderno. Por lo tanto la pregunta del autor es:

¿Por qué el comunismo moderno, aparecido en 1917, se erigió casi de inmediato en una dictadura sangrienta y luego en un régimen criminal? ¿Acaso sólo podía alcanzar sus objetivos gracias a la violencia más extrema? ¿Cómo explicar que el poder comunista considerara y practicara el crimen como una medida banal, normal y corriente durante décadas?”[2].

El historiador francés explica que la obra llevada a cabo por él y los demás especialistas responde a dos razones. La primera es el deber histórico, lo que significa que ningún tema debe ser tabú para el historiador, y que ningún tipo de presión, ya sea política, ideológica o personal, pueden impedir al historiador “seguir el camino del conocimiento, de la exhumación y de la interpretación de los hechos, sobre todo cuando estos han estado durante mucho tiempo y de manera voluntaria hundidos en el secreto de los archivos y las conciencias”[3]. En segundo lugar está el deber relacionado con la memoria:

Honrar la memoria de los muertos constituye una obligación moral, sobre todo cuando se trata de los víctimas inocentes y anónimas de un Moloc de poder absoluto que ha buscado borrar hasta su recuerdo[4].

No es un fenómeno nuevo la manipulación de la memoria y de la narrativa histórica. Así lo hizo el emperador chino Qin Shi Huang o, como nos recuerda Tzvetan Todorov (1939-2017), el emperador azteca Itzcoatl quien ordenó hacer desaparecer estelas y libros para poder recomponer la tradición a su manera. Pero Todorov explica que los regímenes totalitarios del siglo XX revelaron la existencia de un peligro hasta entonces insospechado: el de la manipulación completa de la memoria. De acuerdo a este autor, no se trataba de que en el pasado no se practicara la destrucción sistemática de documentos y monumentos,  pero sucede que estas culturas, al no ser totalitarias, atacaron sólamente los depósitos oficiales de la memoria, dejando así que sobrevivieran muchas otras formas, por ejemplo los relatos orales o la poesía. En cambio, los totalitarismos del siglo XX sistematizaron la manipulación de la memoria e intentaron controlarla hasta en sus más mínimos detalles, llegando hasta sus más recónditos espacios.

Paul Ricoeur (1913-2005) hablaba de la “memoria impuesta” que se encuentra equipada por una historia autorizada, una historia considerada oficial, aquella que es celebrada públicamente. La manipulación de la memoria, señala Ricoeur, se debe a la intervención de un factor que califica de “inquietante” y “multiforme”, que se intercala entre la reivindicación de identidad y las expresiones públicas de la memoria. Tal factor es la ideología. La ideología tiende a legitimar la autoridad del orden o del poder. La dominación que ejerce el tirano no es solamente física, ya que como explica Ricoeur:

Hasta el tirano necesita un retórico, un sofista, para proporcionar un intermediario a su empresa de seducción y de intimidación. El relato impuesto se convierte así en el instrumento privilegiado de esta doble operación[5].

George Orwell, en “1984”, señala en boca de su autor:

El proceso de alteración continua no se aplicaba sólo a los diarios sino también a libros, revistas, folletos, afiches, panfletos, películas, grabaciones, caricaturas, fotografías: a cualquier tipo de literatura o documentación que pudiera tener algún contenido político o ideológico. Día tras día, minuto tras minuto, se actualizaba el pasado…La historia era un palimpsesto, borrado y reescrito cuantas veces fuese necesario”.

Más adelante vemos el siguiente diálogo entre O’Brien y Wilson:

El pasado, ¿existe concretamente, en el espacio? ¿Hay algún lugar, un mundo de objetos sólidos, donde el pasado todavía esté sucediendo?

-No.

Entonces, si acaso existe el pasado, ¿dónde está?

—En los archivos. Está escrito.

—En los archivos. ¿Y dónde más?

—En la mente. En la memoria humana.

—En la memoria. Muy bien. Nosotros, el Partido, controlamos todos los archivos y todas las memorias. Entonces controlamos e pasado, ¿o no?

—Pero, ¿cómo van ustedes a evitar que la gente recuerde lo que ha pasado? —exclamó Winston olvidando del nuevo el martirizador eléctrico—. Es un acto involuntario. No puede uno evitarlo. ¿Cómo vais a controlar la memoria? ¡La mía no la habéis controlado!

O'Brien volvió a ponerse serio. Tocó la palanca con la mano.

—Al contrario —dijo por fin—, eres tú el que no la ha controlado y por eso estás aquí. Te han traído porque te han faltado humildad y autodisciplina. No has querido realizar el acto de sumisión que es el precio de la cordura. Has preferido ser un loco, una minoría de uno solo. Convéncete, Winston; solamente el espíritu disciplinado puede ver la realidad. Crees que la realidad es algo objetivo, externo, que existe por derecho propio. Crees también que la naturaleza de la realidad se demuestra por sí misma. Cuando te engañas a ti mismo pensando que ves algo, das por cierto que todos los demás están viendo lo mismo que tú. Pero te aseguro, Winston, que la realidad no es externa. La realidad existe en la mente humana y en ningún otro sitio. No en la mente individual, que puede cometer errores y que, en todo caso, perece pronto. Sólo la mente del Partido, que es colectiva e inmortal, puede captar la realidad. Lo que el Partido sostiene que es verdad es efectivamente verdad. Es imposible ver la realidad sino a través de los ojos del Partido. Éste es el hecho que tienes que volver a aprender, Winston. Para ello se necesita un acto de autodestrucción, un esfuerzo de la voluntad. Tienes que humillarte si quieres volverte cuerdo.

Este es un retrato de lo que sucedía, por ejemplo, en la Unión Soviética de Stalin. Claro que en “1984” el Partido tenía una epistemología subjetivista, a diferencia de lo que podría pensar Lenin, para quien la realidad era objetiva , existía “allá afuera”, razón que lo llevó a oponerse a autores como Ernst Mach, por considerarlos como una nueva versión de la filosofía subjetivista de George Berkeley. Pero en realidad los regímenes comunistas operaban bajo la lógica de que los hechos no existen en sí y por sí, sino que estos eran simplemente construidos a voluntad, por lo que la realidad y todo lo que existe en esta son meras construcciones subjetivas, tal como lo defienden actualmente algunas corrientes constructivistas-relativistas en el ámbito de la filosofía y la sociología, por ejemplo Steve Woolgar o Bruno Latour. Esta filosofía subjetivista y relativista terminará que chocar y destruir la objetividad de las ciencias o catalogarlas como “un discurso más” que no tiene ningún status sobre otros discursos. Las ciencias sufrieron importantes ataques en los regímenes comunistas, siendo esta manipulada al gusto de los ideólogos. Tales filosofías subjetivistas y relativistas caen en ontologías falsas como que todo lo existe es relativo ya sea al sujeto u otras cosas. En el plano epistemológico se cae en el peligroso error de pensar que la verdad es relativa a cada sujeto, a la tribu, a la cultura o a la civilización. Para qué hablar de las consecuencias que puede tener esta filosofía en el plano axiológico o antropológico.

Personalmente pienso que la Unión Soviética estaba lejos de haber adoptado el materialismo del que se jactaban y en su lugar, adoptaron una cosmovisión radicalmente subjetivista, idealista y constructivista, ya que la realidad era lo que el Partido y la ideología dictaba, y si la realidad no correspondía a lo que la ideología dictaminaba, entonces era la realidad la que tenían que ser constantemente adaptada y readaptada. Debemos entonces entender el esfuerzo de Courtois y los demás autores en abordar el tema de los crímenes comunistas, que fue un tema que por años estuvo ausente, ignorado o minimizado. El buen historiador tiene el deber de ser, como señaló el eminente historiador francés, Marc Bloch (1886-1944), el ogro de la leyenda, vale decir que ahí “donde olfatea carne humana, ahí sabe que está su presa[6]. Por lo tanto se debe luchar contra la amnesia histórica intencionalmente construida y cualquier tipo de manipulación del pasado que pretenda impedir que la verdad pueda emerger en su totalidad. Me quedo con las palabras de Jacques Le Goff:

“La memoria, a la que atañe la historia, que a su vez la alimenta, apunta a salvar el pasado sólo para servir al presente y al futuro.  Se debe actuar de modo que la memoria colectiva sirva a la liberación, y no a la servidumbre de los hombres”[7].

 

[1] Stéphane Courtois, ed., El libro negro del comunismo, 815.

[2] Ibid.

[3] Ibid., 42.

[4] Ibid., 43.

[5] Paul Ricoeur, La memoria, la historia, el olvido (México: FCE, 2004).

[6] March Bloch, Apología para la historia o el oficio del historiador (México: FCE, 1996), 139.

[7] Jacques Le Goff, El orden de la memoria. El tiempo como imaginario (España:  Ediciones Paidós Ibérica, 1991), 183.