4/4-Robert Nozick, Anarquía, Estado y Utopía: Explotación y Envidia (por Jan Doxrud)

IV-Robert Nozick, Anarquía, Estado y Utopía: Explotación y Envidia (por Jan Doxrud)

Nozick plantea,para quienes defienden las distintas formas de justicia distributiva o “no retributivas”, el caso de un famoso jugador de baloncesto, Wilt Chamberlain, que nosotros reemplazaremos por Lionel Messi. Resulta que Messi firma un contrato con un equipo y que establece que en cada partido que se juegue de local, el jugador de fútbol recibirá, digamos, el 15% del precio del ticket de entrada vendido en el estadio. Nozick supone que a la hora de pagar, las personas se encontrarán con una caja especial que lleva el nombre del jugador en cuestión y depositarán directamente ahí el equivalente al 15% del precio de la entrada.

La pregunta que hace Nozick es si Messi tiene derecho a recibir este ingreso, si es acaso justa esta distribución. No hay duda de que es justo ya que las personas de manera voluntaria han aceptado pagar el ticket de entrada y destinar así el 15% a la caja especial que va directamente al bolsillo de Messi. La respuesta es que no hay nada de injusto en que el jugador reciba esa cantidad de dinero ya que hay justicia en la adquisición y en la transferencia, es decir, suponemos que cada individuo ganó su dinero de manera honrada por medio de su trabajo y decidió posteriormente pagar voluntariamente su entrada, y destinar voluntariamente el 15% del precio de la entrada a los bolsillos del deportista.

Para Nozick, los principios pautados de justicia distributiva necesitan actividades resdistributivas, pero sucede que desde una óptica retributiva, tal redistribución atenta contra los derechos de las personas. Por ejemplo, el autor aborda el tema de los impuestos. Afirma que el impuesto a los frutos de nuestro trabajo se asemeja al trabajo forzado, es decir, tomar las ganancias de n horas laborales, sería como tomar n horas de la persona, esto es, equivalente a forzarla a trabajar n horas para propósitos de otra. El impuesto, que por definición no es voluntario, equivale a que el Estado se apodere de nuestro tiempo y de nuestro dinero, vale decir, trabajamos un tiempo para el Estado y el fruto de ese tiempo va también destinado al Estado. Esto vendría a significar que los principios pautados de justicia distributiva supone la apropiación de las acciones de otras personas, tal como lo vimos en el caso de Rawls quien consideraba las aptitudes de las personas como un patrimonio de la sociedad por lo que las desigualdades de las personas tenían que estar subordinadas a mejorar la condición de aquellos más desfavorecidos. En otras palabras, la “lotería natural” debe estar al servicio de la igualdad social. Al respecto escribe Nozick:  

“Apoderarse de los resultados del trabajo de alguien equivale a apoderarse de sus horas y a dirigirlo a realizar actividades varias. Si las personas lo obligan a usted a hacer cierto trabajo o un trabajo no recompensado por un período determinado, deciden lo que usted debe hacer y los propósitos que su trabajo debe servir, con independencia de las decisiones de usted. Este proceso por medio del cual privan a usted de estas decisiones los hace propietarios de usted; les otorga un derecho de propiedad sobre usted. Sería tener un derecho de propiedad, tal y como se tiene dicho control y poder de decisión parcial, por derecho, sobre un animal u objeto inanimado”[1].

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El autor continúa con una crítica explícita a la obra de su colega y también profesor de la Universidad de Harvard: John Rawls. El tema anteriormente mencionado, la idea del derecho o reclamo sobre la totalidad de dotes naturales, es una idea de Rawls que ha sido blanco de intensas polémicas. Sin duda, los distintos talentos que poseen las personas benefician a la sociedad en su conjunto, pero la cuestión que se necesita aclarar es si es justo obtener un beneficio extra de esos dotes naturales que poseen algunas personas. ¿Sería acaso justo que los dotes naturales de las personas se justifiquen sólo si estos benefician a los menos favorecidos?

Nozick se pregunta si acaso en esta forma de concebir la justicia no subyace la envidia como parte de su noción fundamental. La persona envidiosa si no puede poseer una cosa o el talento de otra, entonces preferirá que la otra persona tampoco lo tenga. El individuo envidioso, señala filósofo estadounidense, prefiere que ninguno tenga “X” (= dinero, talento) a que otro lo tenga y él o ella no. La envidia está conectada al hecho de que nuestra propia estima se sustenta en las inevitables comparaciones que realizamos frente a otras personas.

Quizás el sentimiento de envidia respecto a lo que lo demás tengan, ya sea dinero o algún talento, no radica en que sea inmerecido, sino que justamente lo contrario, es decir, que se lo merecen y eso lo que irrita aún más a las personas. Si resulta ser que la envidia es lo que subyace a las políticas igualitaristas entonces el procedimiento consistiría en eliminar todas aquellas dimensiones en las cuales las personas envidiosas se sienten inferiores, de manera que la sociedad tiene que ser modificada para apaciguar el resentimiento de las personas envidiosas, por lo que en realidad el igualitarismo y las políticas de distribución sólo serían una estrategia consistente en racionalizar la envidia y transformarla en una doctrina política y social.

El tema de la envidia es relevante y no se le ha dado la importancia que realmente merece. Pocos autores han abordado detenidamente este tema como el caso del sociólogo austriaco Helmut Schoeck (1922-1993) quien en 1966 publicó un libro titulado “La Envidia y la Sociedad”. De acuerdo a este autor, la envidia que experimentan las personas es más intensa cuando todos son casi iguales, de manera que sus demandas de redistribución serán aún mas altisonantes y más ruidosas cuando no hay prácticamente nada que redistribuir. Por su parte el periodista y economista liberal, Henry Hazlitt (1894-1993) afirmó en una ocasión:

“Todo el evangelio de Karl Marx puede resumirse en una sola frase: odia al hombre que está en mejores condiciones que tú. Nunca bajo ninguna circunstancia admitas que su éxito pueda ser debido a sus propios esfuerzos, a la contribución productiva que ha hecho a toda la comunidad. Siempre atribuye su éxito a la explotación, la trampa, al más o menos abierto robo a los demás. Nunca bajo ninguna circunstancia admitas que tu propio fracaso pueda deberse a tu propio debilidad, o que el fracaso de nadie más pueda deberse a sus propios defectos  su pereza, incompetencia, imprevisión, o estupidez”.

Ciertamente el envidioso nunca reconoce que los puesto que tendría que reconocer que es inseguro, resentido y que se siente inferior, de manera que buscará la manera de erradicar esa carga psicológica para colocarla en su objeto de envidia y odio. El otro simplemente y por diversas razones, no merece lo que tiene

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Robert Nozick dedica varias líneas al tema de la explotación marxista. Comienza constatando que, con el desmoronamiento de la teoría del valor-trabajo, el sostén de la teoría de la explotación se disuelve. Hay que tener en consideración, como ya expliqué con mayor detalle*, la teoría del valor-trabajo de Marx ya había sido refutada cuando Marx aún vivía y nunca pudo contraargumentar, no sólo contra esta, sino que también contra otras objeciones en relación a la tasa de ganancia. Pero añade Nozick que, en el fondo, la teoría marxista explica el fenómeno de la explotación

“con referencia al hecho de que los trabajadores no tienen acceso a los medios de producción. Los trabajadores tienen que vender su trabajo (fuerza de trabajo) puesto que ellos deben usar los medios de producción para producir y no pueden producir solos. Un trabajador o un grupo de ellos no puede contratar medios de producción y esperar hasta vender los productos algunos meses después; carecen de las reservas de dinero para tener acceso a maquinaria o para esperar hasta después, cuando se reciba el ingreso de la venta futura del producto en que ahora se trabaja, pues mientras tanto, los trabajadores tienen que comer. Por ende (continúa la historia) el trabajador es forzado a tratar con el capitalista (y el ejército de reserva de trabajadores desempleados hace innecesario que los capitalistas compitan por trabajadores y ofrezcan más por la mano de obra)”[2].

La realidad es que los trabajadores no son “explotados” y eligen voluntariamente donde quieren trabajar, de manera que la pretensión de extender la propiedad de los medios de producción a toda la sociedad (si es que existe tal abstracción independiente de los individuos que la componen) no se resolvería en absoluto el problema. Tampoco la total transferencia de la totalidad de los medios de producción al Estado trae un cambio, tal como lo demostró el fracaso de los socialismos reales donde los trabajadores ni siquiera tenían la libertad de cambiar de trabajo, situación que se asemeja a un régimen de esclavitud. En nuestros días somos testigos de una gran movilidad social y si observamos la evolución del ranking Forbes desde la década de 1980 veremos que los millonarios de antaño ya ni siquiera figuran en la lista actual. Hoy los trabajadores, si invierten bien su dinero y poseen las habilidades empresariales necesarias (y por supuesto un poco de suerte) podrán transformarse en propietarios. Nozick concluye que la teoría de la explotación marxista es la explotación de la falta de entendimiento de la economía.

 

[1] Ibid., 173-174.

* Estudios sobre Marx y el marxismo.

[2] Ibid., 246-247.