Antisemitismo: ¿de qué estamos hablando? (por Jan Doxrud)

Antisemitismo: ¿de qué estamos hablando? (por Jan Doxrud)

En numerosas ocasiones me han preguntado sobre la razón o razones que explican la persecución de los judíos a lo largo de la historia. En parte, este artículo pretende responder a esta pregunta remontándonos siglos atrás hasta llegar al fenómeno del "islamoprogresismo”, es decir, la alianza de la extrema izquierda con grupos fundamentalistas y movimientos terroristas. Pero también este artículo constituye una crítica a los tan dañinos “estereotipos” y los peligrosos que pueden llegar a constituir, tal como lo demostró la aniquilación del pueblo judío bajo el nacionalsocialismo alemán. Los judíos han servido a lo largo de la historia como chivo expiatorios durante distintas crisis. El judío ha sido representado como el pueblo “deicida”, asesinos a Jesús. También tenemos al “judío capitalista” y a su vez ¡“comunista bolchevique”! como fue el caso de la concepción de Hitler. Pero no bastando lo anterior, hoy en día se ha caído en el extremo absurdo de llamar a los judìos “nazis” (producto principalmente por el conflicto palestino) y de haberse transformado en aquel verdugo que antaño estuvo cerca de exterminarlos en su totalidad. Sin querer entrar en detalles, tal postura solo revela la ignorancia respecto al fenómeno nacionalsocialistas (nazis) así como también del Holocausto. Lamentablemente en nuestros días palabras tales como fascismo, nazismo y genocidio son utilizados de manera gratuita y por personas que careen conocimientos básicos de historia y poco riguroso en el uso de los conceptos.

Tenemos al judío concebido como una suerte de fuerza que todo lo permea y que está constantemente conspirando desde las sombras tal como lo podemos leer en los “Protocolos de los Sabios de Sión” o en la Carta del grupo terrorista Hamas de 1988. A pesar de que su nueva carta pretende ser más “moderada”, sucede que en los hechos el discurso de Hamas y sus acciones siguen demostrando que para ellos el judío debe ser eliminado junto con el Estado de Israel. 

Pero la verdad es que estos estereotipos carecen de fundamento al igual que otros estereotipos como que los griegos o los mapuches son “holgazanes” o que los inmigrantes vienen solamente a robar trabajo a los nacionales (estereotipos positivos y negativos distorsionan la realidad). Debemos intentar escapar del lenguaje colectivista que constantemente sacrifica a los individuos o los absorbe en conceptos abstractos tales como “pueblo”, “raza” o “nación”.

El antijudaísmo sigue presente y autores como Pierre-André Taguieff argumentan que el antijudaísmo no ha declinado. Taguieff habla de una “judeofobia” y afirma que ha surgido una nueva e intensa oleada de judeofobia post-nazismo. La tesis de la extinción progresiva del antisemitismo no es efectiva para Taguieff y rechaza también las palabras del fallecido Edward Said de que “la animosidad antisemita ha pasado suavemente del judío al árabe, ya que la imagen es casi la misma[1]. En este escrito no hablaré de “antisemitismo” ya que la palabra “semita” hace referencia a los descendientes de Sem, lo que incluiría tanto a árabes como a judíos. Así, he optado por hablar de “antijudaísmo” para querer significar tanto el odio al judío por su religión o por su condición de judío (desde un punto de vista étnico).

Pero el concepto mismo de “ser judío” es complejo. Los judíos originalmente eran aquellos que provenían de la tierra de Judea. También tenemos que la palabra deriva de Yehuda (Judá), cuarto hijo bíblico del patriarca Jacob. Ser judío no hace referencia a una etnia específica ya que tenemos que existen judíos sefarditas, ashkenazis, yemeníes y otros provenientes del continente africano como Etiopía. Tampoco es una nacionalidad (“El Estado Judío”) ya que significaría que todos aquellos que no nacieron en el Estado de Israel no serían entonces judíos. Ser judío sería entonces adoptar una forma de vida particular regida por una serie de  principios y prácticas.

Este ciertamente no es un tema fácil de explicar en pocas palabras pero sí creo poder al menos explicar cómo fue construida la imagen del judío a lo largo de la Edad Media y como evolucionó el antisemitismo posteriormente en el siglo XX, llegando a su máximo grado de intolerancia con los nazis. Tenemos que el antisemitismo no ha terminado con el fin del nazismo ya que este siempre sigue latente, ya sea en ciertos sectores del mundo islámico como en personas que, paradójicamente sin haber nunca conocido o haber tenido contacto con un judío, igualmente los odian. Aquí cabe destacar la dimensión psicológica del antijudaísmo. El académico y superviviente del nazismo en Francia (gracias a una familia católica), Saul Friedländer divide a los antisemitas en cuatro categorías diferentes:

a) Aquellos que se encuentran en una situación de conflicto objetivo con el grupo judío.

b)Aquellos que lo son  por conformismo y adoptan la opinión que creen  es la dominante sin que tengan una convicción profunda  de ello.

c) Aquellos que lo son no por convicción, sino que porque lo consideran un instrumento eficaz de agitación política y social.

d)Aquellos antisemitas extremos “cuyos motivos de hostilidad con respecto a los judíos están determinados por alguna deformación fundamental de la estructura de personalidad, deformación con la cual el antisemitismo tiene una vinculación específica”[2].

A continuación explicaré las razones que se han esgrimido para odiar a este pueblo y cómo este odio ha perdurado a lo largo de los años, siendo aún u  fenómeno presente en el siglo XXI. Friedländer se pregunta: “¿cómo explicar la subsistencia a través de los siglos de la animosidad contra los judíos, a despecho de las transformaciones culturales, sociales, económicas y políticas que conoció el mundo occidental desde el período romano hasta nuestros días?”[3]. Friedländer propone tres vías de acercamiento permiten dar respuesta a la pregunta anterior:

1-Factor cultural: permite “captar la cristalización de cierto mito del judío, independiente de la realidad judía y formado por la evolución teológica e ideológica de la sociedad no judía en el curso de los siglos[4].

2-Factor social: se encuentra determinado por aquellas tensiones que pueden ser consideradas como objetivas entre el grupo judío y su ambiente en determinadas épocas.

3-Factor psicológico: implica la relación entre el odio al judío y ciertas deformaciones profundas de la personalidad en el antisemita extremo.

En el caso del punto 2, Friedländer ofrece el ejemplo (antisemitismo precristiano) existente entre el Imperio Romano y las comunidades judías, donde estas últimas se presentaban como “separatistas” y exclusivistas desde el punto de vista religioso. Esto se tradujo en una serie de enfrentamientos como fue la primera guerra judeo romana en el año 66 producto del conflicto entre griegos y judíos de la provincia de Judea.  El conflicto finalizó cuando las legiones romanas, al mando de Tito, asediaron y destruyeron Jerusalén, para posteriormente saquear e incendiar el Templo de Jerusalén, destruir fortalezas, asesinar y esclavizar a la población.

Las consecuencias fue la pérdida de su Estado para los judíos así como una pérdida espiritual por la destrucción de Jerusalén. La segunda guerra judeo-romana (o guerra de Kitos) fue producto de una revuelta de los judíos de la diáspora localizados en Cirene, Egipto, Chipre, Mesopotamia. La causa de esto fueron las medidas tomadas por el emperador Trajano cuando movilizó a gran parte de sus tropas para combatir al imperio parto y prohibió ciertas prácticas como la observación del Shabat y el estudio de la Torá. En cirenaica y Chipre hubo luchas entre griegos y judíos lo que se tradujo en matanzas por parte de ambos bandos. Judea fue convertida en una provincia y se erigió una ciudad: Aelia Capitolina (Nueva ciudad de Adriano).

Esto último, sumado a los decretos de Adriano de prohibir la circuncisión (considerada poco civilizada) y otras prácticas judías, serían una de las causas de la tercera guerra entre romanos y judíos: La Rebelión de Bar Kojba. La derrota judía. Significaría la eliminación de la provincia de Judea, ya que los romanos fusionaron la provincia romana de Judea y la provincia de Syria para formar la nueva provincia de Syria Palestina (“tierra de los filisteos” y “Filisteos”= “amante de Dios”) Hay quienes sugieren que el nombre de Palestina se remonta más allá de los romanos específicamente hasta los antiguos egipcios.

En cuanto al antijudaísmo medieval, éste tuvo características particulares. El eminente historiador francés Jean Delumeau (n. 1923) en su clásica obra sobre el miedo en Occidente nos explica que hubo un tiempo en que judíos y cristianos pudieron convivir sin mayores problemas. Antes del siglo IX apenas se encuentran rasgos de antijudaísmo popular, es más, los judíos se beneficiaron en la Europa carolingia, pudiendo establecer numerosas comunidades dotadas de gran autonomía. Gozaron de protección real, hablaban la misma lengua que la población local, podían vestir los mismos vestidos e incluso podían desplazarse a caballo portando armas, y podían prestar juramento ante la justicia.

Hasta el siglo XII asumieron una buena parte del comercio internacional. Pero sucedió que gradualmente la relación entre cristianos y judíos se fue deteriorando en desmedro de estos últimos. De acuerdo a Delumeau, fue a partir de las cruzadas que la situación de los judíos se deterioró.  El abad Pierre de Cluny se quejaba: “Para qué irse al fin del mundo…a combatir a los sarracenos, cuando dejamos que vivan entre nosotros otros infieles mil veces más culpables con respecto a Cristo que los mahometanos?”[5].

¿Cuáles es la o las fuentes del antijudaísmo en la cristiandad occidental? Como señala Delumeau, se pueden destacar dos grandes quejas. En primer lugar está la acusación de usura procedente del bajo pueblo y de los medios comerciales. Al respecto escribe Delumeau:

En Praga, en el siglo XVI, los artesanos (en particular peleteros) y una buena parte de la rica burguesía pidieron en repetidas ocasiones la expulsión de la importante colonia israelita instalada en la ciudad. Le reprochaban exportar el dinero fuera de Bohemia, prestar con tasas usurarias y haber intentado en varias ocasiones incendiar la ciudad. En términos generales, el ascenso de los mercaderes cristianos en la economía occidental a partir del siglo XII tuvo por resultado hacer crecer la agresividad de los recién llegados al comercio contra el tráfico judío tradicional, que trataron bien de suprimir, bien de acantonar en límites cada vez más reducidos[6].

Pero habrían otras acusaciones como las del “deicidio” (asesinos de dios) provenientes desde los medios eclesiástico y con una larga tradición que se rastrea hasta Orígenes, Tertuliano y los Padres del siglo IV. Escribe Delumeau:

“…esta denuncia teológica no cesó de ampliarse dese las cruzadas hasta el siglo XVII (incluido), invadiendo el teatro, la iconografía, los sermones e innumerables catecismos. Dio al antijudaísmo económico, cuyas manifestaciones eran frecuentemente locales y espontáneas, una justificación teórica, aunque sólo fuera por el hincapié hecha en los treinta denarios de la traición[7].

Delumeau

Lo anterior contribuirá a transformar al judío en lo “otro”, en aquel que carece de raíces fijas, que tiene comportamientos y estilos de vida diferentes a la de la comunidad en la que habita, en un ser que sólo solidariza con los suyos y no con aquellos que lo acogen. Como explica Delumeau, esta “extranjería sospechosa” haría de los judíos los chivos expiatorios en tiempos de crisis. Pasemos a examinar acciones concretas que tuvieron como objetivo el condenar al judío y que tuvieron como consecuencia la discriminación y persecución de estos.

Tenemos que el IV Concilio de Letrán (1215) ordenó a los judíos a vestirse con ropas que los distinguieran de los cristianos. En Francia, entre 1215 y 1370, doce concilios y nueve ordenanzas prescribieron a los judíos a llevar la rodaja amarilla. Conocido es el episodio de la Peste negra en el siglo XIV donde los judíos fueron acusados de envenenar los pozos. Delumeau señala que a partir de 1267, los concilios de Breslau y Viena prohibieron a los cristianos comprar vituallas en casa de los judíos por temor a que estos los envenenaran. El teatro religioso y profanos también contribuyeron a avivar el odio hacia los judíos. Estos últimos tenían roles protagónicos en las siguientes escenas que enumera Delumeau:

1-La disputa entre Jesús niño y los doctores.

2-La expulsión de los mercaderes del templo.

3-La tentación de Jesús por los fariseos.

4-El Consejo de los  judíos que decide la muerte de Cristo.

5-La traición de Judas.

6-El arresto de Jesús.

7-Jesús ante el sumo sacerdote.

8-Los sufrimientos de Jesús en prisión.

9-El  consejo de los judíos el viernes por la mañana.

10-La flagelación y la coronación de espinas.

11-El camino del Calvario y la crucifixión.

12-Las tentativas de los judíos para impedir la resurrección.

Los judíos son catalogados de cobardes, malos, felones, lascivos y de perversa progenie. Todo esto se transmitía por medio de  escenas teatrales que lograban dejar los ánimos lo suficientemente exacerbados y dispuestos a cometer alguna acción violenta contra los judíos. En lo que respecta a las comedias, escribe Delumeau:

Las comedias sólo tardíamente ridiculizaron a los judíos : a partir del siglo XV y sobre todo del siglo XVI. Entonces se multiplican las caricaturas del usurero israelita. El antijudaísmo pasó, pues, del teatro religioso al teatro profano. El odioso y odiado Shyloc sólo fue posible…gracias a todas las injurias que los misterios habían…lanzado antes sobre el pueblo maldito”.

Masacre de judíos (1349) 

Masacre de judíos (1349) 

Las autoridades religiosas de la época no contribuyeron mucho a calmar las aguas. Una de las políticas adoptadas por las autoridades religiosas fue el de aislar a los judíos. Tal política tomaría forma en los siglos XII y XIII con las decisiones de los concilios III y IV de Letrán. Este último estableció el deseo de poner fin a las relaciones entre cristianos y judíos, lo que se tradujo en que los judíos vestirían diferentes y habitarían en un distrito designado por las autoridades: nace así el ghetto.

La legislación del concilio de Basilea…recogió diversas prohibiciones dictadas aquí o allá y añadió otras nuevas: prohibición a los cristianos de tener relaciones regulares con judíos, recurrir a ellos como médicos, criados o nodrizas, alojarse en las mismas casas; prohibición a los judíos de construir nuevas sinagogas, de emplear a trabajadores cristianos, de instalarse sin permiso en nuevos emplazamientos, de ocupar funciones públicas, de prestar a interés e incluso de estudiar el Talmud[8].

En 1557 la Inquisición prohibió a los judíos tener otros libros religiosos en hebreo distintos a la Biblia y a partir de 1559, el Talmud figuraría en el Index, esto es, en la lista de libros prohibidos por la iglesia. Con la llegada de Pablo IV al papado (1555-1559) la situación no mejoraría ya que en su bula Cum nimis absurdum se podían leer las siguientes afirmaciones:

Se nos informa que en Roma y en otras partes llegan a la desvergüenza de habitar entre los cristianos, cerca de las iglesias, sin llevar signo distintivo, que alquilan casas en las calles más elegantes y alrededor de las plazas en las ciudades, aldeas y localidades donde viven, adquieren y poseen bienes raíces, tienen criados y nodrizas cristianos…y cometen diversas fechorías para vergüenza suya y como desprecio del nombre cristiano…”[9].

Estas declaraciones tuvieron efectos en la vida de los judíos. Fueron confinados a ghettos no pudiendo poseer bienes inmuebles fuera de estos, tendrían que llevar gorros amarillos, no podrían trabajar en los días de fiestas de los cristianos, en sus libros de comercio fueron obligados a utilizar el italiano y el latín y se limitarían el número de sinagogas por ciudad. Pero el aislar a los judíos fue spolo una de las opciones ya que habían otras: la conversión y la expulsión. Martín Lutero en un principio se mostró esperanzado  en la posibilidad de que los judíos se convirtieran al cristianismo. Como explica Delumeau, Lutero en su tratado “Jesucristo nació judío” (1523) demuestra comprensión y deferencia hacia ellos y culpa al papado de alejarlos de la verdadera fe. Pero posteriormente Lutero cambia su opinión, de manera que, como afirma Delumeau, la justificación por la fe y el judaísmo se tornaron mutuamente alérgicos. Sobre los judíos escribió Lutero en su escrito “Contra los judíos y sus mentiras” (1543):

Para hacer desaparecer esta doctrina blasfema, habría que prender fuego a todas sus sinagogas, y si quedase alguna cosa después del incendio, recubrirlo de arena y de barro a fin de que no se pueda ver la menor teja ni la menor piedra de sus templos…Que se prohíba a los judíos, entre nosotros y en nuestro suelo, bajo pena de muerte, alabar a Dios, rezar, enseñar y cantar[10].

Existen diversas fuentes que narran hechos reprochables como bautizos forzados y también de percusiones que se tradujeron en matanzas en masa.

Lutero: “Sobre los Judíos y sus Mentiras”

La pregunta que queda es la que se plantea Delumeau: “¿por qué la aceptación de las comunidades judías en el seno de la Europa carolingia, de la España de las ‘tres religiones’ y de la Polonia del siglo XVI se vio sustituida luego por la hostilidad posterior?”. De acuerdo al historiador Maurice Kriegel es posible distinguir en este proceso de deterioro de las relaciones judeo-cristiana no “dos Edad Media” sino que tres. La primera sería la Alta Edad Media carolingia ya mencionada. La segunda es aquella que se extiende hasta las postrimerías del siglo XIII y comienzos del siglo XIV (o hasta la peste negra), “caracterizada por la puesta en práctica por parte de los Estados de políticas que son un reflejo de las que seguía la Iglesia, según una relación mimética y de competencia de entre ambas instancias de poder[11].

Una tercera época dentro de la Edad Media sería una “tardía”, donde “se añade a las hostilidades procedentes del antijudaísmo ‘teológico’ sus transposiciones vulgarizadas, adaptadas a la sensibilidad de las masas influidas nuevamente por un cristianismo rudimentario, de amplio calado y que traerá como consecuencia una ‘desestabilización’, al término de la cual, hacia 1520, la presencia judía en Europa occidental y central no tendrá ya más que un carácter residual[12]. Delumeau continúa preguntándose: “…una vez que los judíos habían sido expulsados de todo un país – Francia, Países Bajos o Inglaterra – y no constituían siquiera grupos importantes de conversos, ¿por qué ese odio duradero de los ausentes?”. Termina Delumeau el capitulo sobre el antijudaísmo con las siguientes palabras: “Antes del siglo XIV había habido antijudaísmos: locales, diversos y espontáneos. Luego cedieron su puesto progresivamente a un antijudaísmo unificado, teorizado, generalizado, clericalizado[13].

Continuemos ahora con el antijudaísmo moderno. De acuerdo a Friedländer, no se puede entender este fenómeno sin comprender las transformaciones sociales y técnicas de la Europa del siglo XIX y los efectos negativos de estas en gran parte de la población: “La desintegración social que se manifiesta en todos los niveles provoca ese estado de ‘vacío’, de anomia, que han definido los sociólogos y cuyas proyecciones directas comprobaremos en el antisemitismo moderno[14]. De acuerdo con esta interpretación, el odio al judío habría servido de derivativo a la creciente ansiedad generada por las perturbaciones sociales y por la presión ejercida sobre la clase más amenazada: la pequeña burguesía. A esto hay que añadir que la desaparición de las estructuras sociales tradicionales y la anomia resultante tuvo como efecto una intensa necesidad de fusión social y la creación de nuevos vínculos emocionales entre los individuos desarraigados, por lo que el odio al judío se habría transformado en un poderoso instrumento de integración social.

Por último, este sentimiento de anomia provoca en la sociedad el deseo de encontrar una identidad estable, lo que resulta en la creación de “tipos ideales” en oposición a los “antiideales”, en este último caso, los judíos. Otra característica del antijudaísmo moderno es la identificación del judío con el capitalismo explotador, con el socialismo revolucionario con la “civilización” (en oposición a la “kultur” alemana) artificial, materialista y sofisticada. La asociación de la figura del judío al capitalismo se debe a la posición que ocupaban judíos como la familia Rothschild (Europa), de Fould, de Pereire (Francia), y los Mendelssohn, Hansemann y Warburg (Alemania). Al respecto escribe Friedländer:

…el historiador alemán Werner Sombart afirmaba que los judíos habían sido los promotores del capitalismo y explicaba su papel decisivo en la economía moderna con argumentos que se basaban en su posición social particular, pero, sobre todo, en el hecho de que la religión y la ética judías, así como la enseñanza rabínica en todas sus formas, les asignaba, en este campo, una ventaja decisiva sobre los otros pueblos[15].

Así, de acuerdo a Sombart, mientras que los cristianos ponían en práctica el ideal de la “pobreza esenia”, los judíos supieron apreciar las ventajas de la riqueza. Sombart incluso llega a señalar que, mientras los cristianos se dedicaron a practicar la religión del amor de acuerdo a las enseñanzas de San Pablo y San Agustín, la teología moral judía enseñaba el racionalismo extremo. En cuanto a la asociación con el comunismo y el socialismo se debe principalmente a que figuras como Marx, Trotsky y otros bolcheviques e intelectuales comunistas fueron judíos. Pero el elemento más perjudicial y que significó una innovación dentro del antijudaísmo, fue el racismo. Friedländer destaca la figura de Arthur de Gobineau y su “Ensayo sobre la desigualdad de las razas” donde destaca el carácter nocivo de la raza judía. En relación a esta integración del elemento racista al antijudíasmno escribe Friedländer:

El pensamiento racista como tal marca una diferencia fundamental entre el estereotipo antiguo y el estereotipo moderno del judío: mientras que para el antisemitismo de inspiración religiosa, el judío, aunque identificado con Satán y con el Mal absoluto, podía convertirse en el ‘hombre nuevo’ y salvarse abjurando del judaísmo y volviéndose cristiano, en la óptica racista no tiene salvación. Ni la conversión, ni las tentativas de asimilación a la sociedad ambiente, sustraerán al judío, malvado en su misma esencia,  de la maldición inherente a su raza[16].

No se puede dejar pasar aquel líbelo (expuesto más arriba en este artículo) que se transformó en la madre de todas las teorías conspirativas en el futuro, me refiero a “Los Protocolos de los Sabios de Sión”, cuya autoria se le atribuye a un pseudo-místico ruso e integrante de la Ojrana (policía secreta zarista) Sergei Nilus. En esencia, lo que los Protocolos señalaban era una gran conspiración judía para apoderarse del mundo. Este escrito fue, por lo demás, un plagio de otro escrito titulado “Diálogo en los infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu” cuya autor fue Maurice Jolie (1829-1878). En 1920, otro antijudío, Henry Ford, publicaría otro plagio titulado: “El judío internacional: el primer problema del mundo” (cuatro volúmenes), a través de un semanario antijudío llamado “The Dearborn Independent”, que también había publicado los “Protocolos”. Ford recibiría la “distinción” de la “Gran Cruz del Águila Alemana por parte del gobierno nacionalsocialista (1938). Sin duda alguna los “protocolos” tendrían una poderosa influencia en la Alemania nazi quienes explotaron el mito conspirativo de los sabios de Sión. Friedländer se pregunta: ¿Cuáles eran los métodos atribuidos a los sabios para dominar el mundo?  Friedländer destaca al menos 4:

1-Eliminar el poder de los Estados no judíos por medio de la organización de revoluciones, explotando los eslóganes como la “lucha de clases” y los ideales de los revolucionarios franceses: “libertad, igualdad y fraternidad”.

2-El objetivo de las guerras debe ser económico para que sean beneficiosas para los judíos que controlan las palancas de la economía mundial.

3-Los judíos deben promover por medio de la manipulación de la prensa, en los Estados no judíos, falsas políticas nacionales encaminadas a debilitar esos Estados.

4-Los judíos deben intentar destruir las religiones no judías.

Claro está que el elemento racista es omnipresente en la narrativa nacionalsocialista, donde el judío es percibido como una verdadera enfermedad y, como tal, el judío contamina la sangre alemana. Esto queda evidenciado en novelas como la de Arthur Dinter titulada “El crimen contra la sangre” (Die Sünde wider das Blut). Al respecto escribe Friedländer:

El héroe de la novela de Dinter es un joven ario sabio que, después de haberse casado con una judía, toma a una aria como segunda mujer. Nace un niño cuyos rasgos son evidentemente semitas. Entonces se descubre que la aria había tenido, en su juventud, relaciones sexuales con un oficial judío y que su sangre había quedado corrompida por siempre. El héroe del libro descubre entonces que los judíos utilizan sistemáticamente la contaminación sexual para degenerar a los arios…”[17].

El antisemitismo de Hitler y el nacionalsocialismo se alimentaría tanto de los escritos de los Protocolos, del escrito de Henry Ford y del antijudaísmo racial.

Finalizaré con algunas ideas con el ya mencionado Pierre-André Taguieff. El autor destaca varios puntos. En primer lugar está la asociación del judío con el nazismo que Taguieff la resume de la siguiente manera:

judío = sionistas (=israelíes); sionismo = colonialismo, imperio y racismo; Ariel Sharon = Hitler (o fascista); israelíes = nazis (fascistas)

En palabras de Taguieff: “En el nuevo discurso judeófobo intelectualizado, hallamos una sistemática utilización polémica de términos como ‘genocida’, ‘etnocida’, o ‘segregacionista’, para estigmatizar la política israelí – sea cual sea–”. Mientras el estereotipo del israelí tiene como objetivo presentarlo como el mal absoluto por naturaleza, el estereotipo del palestino opera para presentarlos como aquellos inocentes por naturaleza, de manera que se nos presenta un nuevo escenario marxista de lucha (claro que no de clases) entre opresores y oprimidos. Otro fenómeno presente en el moderno antijudaísmo post-nazi es el negacionismo de la shoah o el exterminio judío: negación del proyecto de genocidio, negación de su ejecución y negación respecto a la existencia de la cámara de gases. Personajes que sostienen la idea de la “invención del Holocausto” son Robert Faurisson y Roger Garaudy. Faurisson llegó a afirmar que Hitler nunca había ordenado que alguien fuese asesinado debido a su religión o raza.

La hostilidad hacia la figura del judío se hace evidente en el mundo de las ONG. Taguieff cita el caso de la Declaración del Fórum de las ONG (2001) en la Conferencia mundial contra el racismo organizada en Durban. En este, los ONG judías fueron abucheadas, se tildó a Israel de racista (por su trato a los palestinos) y de tener un sistema racista de segregació. Así, el sionismo quedó homologado a racismo. Durban represento simplemente antijudaísmo y antioccidentalismo, y en donde todas las demás culturas y civilizaciones son víctimas a las cuales hay que compensar de alguna manera. La represión de China contra los tibetanos y uygures parece no existir para estas personas, lo mismo que el genocidio en Ruanda o el de Darfur. Estos, al parecer, solo son útiles si se puede culpar de alguna manera a Occidente.  

Sin embargo nadie alza la voz ante declaraciones racismo (y llamados asesinar) por parte no sólo de terroristas como Osama Bin Laden, sino que de influyentes clérigos saudíes e iraníes en canales de televisión. Tampoco se hace alusión a los programas que se emiten en Palestina donde prácticamente se programa mentalmente a los niños para que odien a Israel y transformarlos así en futuros “mártires” de Hamás.

Que quede claro que aquí no se pretende negar que en Israel existan casos de racismo contra los Palestinos e incluso entre los mismos judíos, como es el caso de los judíos que emigraron de la Península Arábiga y de África. Pero dar el salto cuántico y afirmar que “el judío” es un racista resulta ser falso (en Israel puede haber racismo como lo hay ene otros países).

Este negacionismo no viene solamente de excomunistas como Faurisson y Garaudy, sino que también de parte de la teocracia chiíta de Irán y su líder Alí Jamenei y el Presidente Ahmadinejad en donde se celebró un seminario del Holocausto. Observadores occidentales señalaron que más que un debate científico se trató de un diálogo de virulentos negacionistas (y no revisionistas) siendo una de las estrellas del encuentro el mismísimo Robert Faurisson. Me imagino si llevara a cabo una cumbre negacionista de las matanzas de Sabra y Chatila, la intelectualidad de izquierda y muchas ONG alzarían sus voces de protesta con pasión y vehemencia, pero lamentablemente el racismo y xenofilia selectiva en estos autores y entidades gubernamentales les impide ser medianamente objetivos en estos temas. Líderes de izquierda como Hugo Chávez también maldijo a Israel y utilizaba el mismo nombre de esta nación como una ofensa, como cuando calificó a Colombia como el “Israel de Latinoamérica”.

Para cerrar cabe referirse a cómo actualmente el autoproclamado progresismo (más bien la extrema izquierda “islamoprogresista”) ha caído en un estado de decadencia, una pérdida de la brújula moral y de disonancia cognitiva. Por un lado estas personas creen ser la encarnación de la democracia, del feminismo y de las llamadas minorías sexuales (y de todos los parias de la Tierra), pero por otro lado no tienen problema alguno con apoyar a la teocracia iraní o a los terroristas de Hamas a quienes perciben como un “progresistas” (como lo cree Judith Butler) y como movimientos anti-sistema (o anti-estadounidense). No es lugar aquí para abordar este tema y espero poder más adelante dedicar un artículo sobre este tema. El punto es que parte de la vieja izquierda y las nuevas generaciones continúan con su obsesión antiestadounidense (y antioccidental) que los lleva a cuadrarse en cualquier conflicto internacional con el bando contrario al estadounidense (sin impórtala cual sea: Bielorusia, Rusia o Iran) y en términos más amplios contrario a Occidente y a la OTAN-

Es por ello que se ven seducidos por figuras como las de Putin o Alí Khamenei en donde ven una suerte de bloque antitsistema contra el “imperialismo yanqui”. Pero hay otra obsesión en el islamoprogresista y es el conflicto entre Israel y los palestinos en Gaza o en Cisjordania. Algunos ven este conflicto - no a través de la lucha de clases burgués vs proletario - sino que como una lucha de supremacía racial, en donde el judío es identificado como el nuevo “supremacista-colonialista2 blanco” que violenta al nuevo explotado: el palestino. Pero como suele suceder, la izquierda opera bajo abstracciones y estereotipos. Por ejemplo, habla del “palestino” o del “pueblo palestino”  como algo carente de sustancia (al igual que el antiguo “proletario” o “proletariado”) que termina siendo un constructo a “a la carta” del islamoprogresista. Como comenta Pascal Bruckner en su libro “La tiranía de la penitencia. Ensayo sobre el masoquismo occidental”: 

“Con el apoyo de los palestinos no se desea ayudar a seres de carne y hueso sino a ideas puras. En esta orilla del Mediterráneo, los intelectuales, los escritores, los políticos no quieren tanto investigar sobre un antagonismo concreto (…) como desear arreglar cuentas con la cultura occidental”.

Cabe añadir que Bruckner no niega ni minimiza las precarias condiciones en las viven los palestinos y los actos violentos cometidos por el Estado de Israel. Pero por otro lado,  no pasa por alto a los grupos terroristas palestinos que poca empatía muestran hacia su propio pueblo, siendo su única obsesión la destrucción de Israel. Se puede apoyar una solución pacífica al problema pero aislando a a aquellos elementos que no quieren la paz y solo promueven y glorifican la violencia extrema Un punto importante del autor es la proyección que la izquierda realiza en este conflicto en donde proyecta sus mitologías políticas: Israel el opresor, el colonialista, el supremacista “blanco” y el “apéndice de Occidente” en Oriente Medio (peor aún, aliado de los Estados Unidos).

Con Israel no se realizan matices: “(…) cuando el judío oprime o coloniza, se transforma enseguida en nazi, sin medias tintas”. Ahora bien, ante los atentados de Hamás, los intelectuales y la izquierda se muestra más “comprensiva”: “(…) los atentados, las bombas humanas reciben una condena muy superficial, o se los justifica como actos de desesperación, como respuesta legítima a las barbaridades cometidas por el ejército judío.


Lecturas complementarias

1/6- Libro: La guerra del retorno. Cómo  la indulgencia occidental con el sueño palestino ha obstaculizado el camino hacia la paz. (por Jan Doxrud)

2/6- Libro: La guerra del retorno. Cómo  la indulgencia occidental con el sueño palestino ha obstaculizado el camino hacia la paz. (por Jan Doxrud)

3/6- Libro: La guerra del retorno. Cómo  la indulgencia occidental con el sueño palestino ha obstaculizado el camino hacia la paz. (por Jan Doxrud)

4/6- Libro: La guerra del retorno. Cómo  la indulgencia occidental con el sueño palestino ha obstaculizado el camino hacia la paz. (por Jan Doxrud)

5/6- Libro: La guerra del retorno. Cómo  la indulgencia occidental con el sueño palestino ha obstaculizado el camino hacia la paz. (por Jan Doxrud)

6/6- Libro: La guerra del retorno. Cómo  la indulgencia occidental con el sueño palestino ha obstaculizado el camino hacia la paz. (por Jan Doxrud)

1/2-Occidente: autoflagelo y el monopolio de la culpa (por Jan Doxrud) 

2/2-Occidente: Autoflagelo y el monopolio de la culpa (por Jan Doxrud) 



[1] Pierre-André Taguieff, La nueva judeofobia (España: Gedisa, 2003), 21.

[2] Saul Friedländer, ¿Por qué el Holocausto? (España: Ediitorial Gedisa, 2004), 30.

[3] Saul Friedländer, op. cit., 15.

[4] Ibid., 16.

[5] Jean Delumeau, El miedo en Occidente (España: Taurus, 2002), 430.

[6] Ibid., 425.

[7] Ibid., 445.

[8] Ibid., 455.

[9] Ibid., 457.

[10] Ibid., 442-443.

[11] Jacques Le Goff y Jean-Claude Schmitt, Diccionario razonado del Occidente medieval (España: Ediciones Akal, 2003), 413.

[12] Ibid., 413-414.

[13] Ibid., 470.

[14] Saul Friedländer, op. cit., 43.

[15] Ibid., 49.

[16] Ibid., 46.

[17] Ibid., 118.